No deja de ser chocante la noticia de que mientras la plataforma Junts pel Sí trata de iniciar el llamado procés por el que se quiere desembocar en una separación de Cataluña del resto de España negando la validez de la Constitución y del resto de normas existentes, el Gobierno de la Generalitat de Cataluña en funciones exija al mismo tiempo 2.300 millones del Fondo de Liquidez Autonómica (FLA) para hacer frente a las deudas más urgentes por cubrir entre las que se encuentra, de manera perentoria, el pago a las farmacias de los medicamentos suministrados por la sanidad catalana. Con ello asume el fracaso de su política económica y su gestión de la res publica para al mismo tiempo pretender mostrar otro ejemplo más de lo que Artur Mas y sus partidarios llevan años calificando como de expolio, es decir, ese supuesto robo que el resto de España hace de las arcas públicas catalanas en el reparto autonómico que se hace de los impuestos que se recaudan en todas las comunidades autónomas. De ello se deduce que Mas tiene muy claro que querer separarse del resto del Estado español no es obstáculo para pedir ayuda económica hasta el último día en que esa hipotética separación, que pretende llevar a cabo al frente de la coalición Junts pel Sí, se produjese finalmente.

Pero más allá del enfrentamiento que pretende liderar la derecha catalana en compañía de los antisistemas de la CUP sin contar con una mayoría suficiente de los ciudadanos catalanes, cabe preguntarse en qué momento el independentismo dejó de ser la, durante muchos años, opción de apenas el 15% de la población catalana para convertirse en el 47,7% actual si nos atenemos a los resultados de las elecciones autonómicas del 27-S. Probablemente han sido varios los factores que han empujado a casi la mitad de los votantes a convertirse en independentistas a pesar de que los ayuntamientos catalanes y la Generalitat ejercen una autonomía en sus decisiones que los convierte en administraciones casi independientes de facto. Por una lado, esa subida en el porcentaje se ha podido producir gracias a la utilización fraudulenta de la televisión pública catalana, por parte de los Gobiernos de CIU, donde los periodistas afines fueron promocionados en detrimento de los poco proclives a seguir instrucciones sin hacer preguntas. Por otro lado, la agresividad de medios de comunicación de Madrid, sobre todo desde tertulias televisivas de uniformado pensamiento criticando cualquier cosa que ocurriera en Barcelona, alimentó y dio argumentos a los independentistas con los que convencer a aquellos catalanes que si bien tenían tendencia al nacionalismo no se habían planteado la independencia como opción definitiva. En tercer lugar, y aunque hacer un listado de causas sea misión casi imposible, añadiríamos que a tenor de los nacionalistas que hemos podido conocer en los últimos veinte años pensamos que la idea del independentismo entre los jóvenes y no tan jóvenes responde a una moda que comenzó a principio de los años 90 en varias CC AA españolas; sólo así se entiende que personas nacidas en plena democracia pretendan que la región en la que viven se haga independiente.

Contaba el escritor Josep Pla que es en los detalles pequeños donde se conoce a las personas. Para entender el cambio que dio Artur Mas desde que en el año 2002 declaró que el concepto de independentismo lo veía anticuado hasta el lugar donde se encuentra ahora, es decir, en el descubrimiento de «la patria catalana» y a la cabeza de un intento de voluntaria ruptura unilateral de las reglas del juego democrático instaurado por la Constitución española tras 40 años de dictadura, intuimos un camino de pago de favores en los que la especial relación que tanto su padre como él mismo mantuvieron y mantienen con la familia Pujol ha obligado a Mas a dar el paso final hacia un lugar cercano al abismo democrático.

Recordamos ahora aquella frase que con gesto airado e índice en alto dijo Jordi Pujol a los miembros del Parlament catalán en la comparecencia de septiembre de 2014, cuando les recordó que si tocaban una rama del árbol al final caerían todos. Pudimos pensar en aquella ocasión que se refería a que si se removía la corrupción de CIU y de su familia se descubriría una supuesta corrupción del resto de partidos. Amenazaba por tanto con airear los trapos sucios del resto, en caso de que los hubiese. Sin embargo, podemos pensar ahora que en realidad amenazaba con poner en marcha un proceso independentista gracias a la influencia que mantenía y mantiene sobre su hijo político, es decir, sobre Artur Mas.

Hoy día la Generalitat catalana se encuentra al borde de la bancarrota motivada por su baja calificación financiera que sitúa a su deuda al mismo nivel que la griega, en el bono basura. Si puede recibir dinero, si puede continuar financiándose se debe a que España actúa como intermediaria ante los mercados financieros. Y la bancarrota no es consecuencia de un supuesto expolio de España sino de su mala gestión y de tener la mirada puesta en preservar la posición dominante de la burguesía catalana.