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Francisco Esquivel

Carta de Dios a Pavón

Mi amadísimo Miguel Ángel:

«Hijo mío, estoy siguiendo con sumo interés desde aquí arriba lo de vuestro Belén. Me dirijo a ti porque los arcángeles me tienen al tanto de que eres el que lleva la voz cantante hasta en esto, que no es lo tuyo. Y por las palabras de los hermanos belenistas he comprobado que así debe ser puesto que ellos le han preguntado al alcalde por la decisión de sacarlo del vestíbulo de esa casa común y éste, junto al afán por no mojarse, ha dicho que "hay que diversificar los eventos y extenderlos por los barrios para que no se haga todo en el entorno del Ayuntamiento". Eso antes de que se produjera el milagro del informe este en el que se detecta un ligero hundimiento donde viene de fábula que surja. ¿Haciéndome la competencia con milagritos ya? En fin, ¿dónde me váis a poner el Belén? ¿No pensaréis colocarlo en la Albufereta con la pinta que adquiere la pobre cada vez que caen cuatro gotas? Es que es muy sorprendente, Miguel Ángel, que una de las primeras determinaciones que tomáis sin ambages sea que una cuestión de esta naturaleza no se monte donde siempre y para el sitio que está concebida... Es más, habéis mentido porque os excusasteis con que si en el Mercado quedaba al alcance de más gente. Y resulta, carne de mi carne, que no cabe, con lo que el espectáculo toma cuerpo y, con el informe, aún más. El Señor no va a castigaros pero no perdáis de vista que habéis dejado de estar en la oposición y que tenéis la obligación de intentar complacer incluso a los que no piensan como vosotros. Del alcalde, como comprenderás, no voy a preocuparme porque ya le he agenciado un rinconcito para la eternidad en el limbo que parece su sitio natural. No digo en cambio que lo tuyo pinte mal, pero creía que la izquierda era más generosa. Y ya ves. Yo también me equivoco, Miguel Ángel».

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