Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Desde mi terraza

Luis De Castro

La vulgaridad de lo obsceno

Alos tres cuartos de hora abandoné la platea del Teatro Principal; oliéndome lo peor, pedí una localidad de las últimas filas y la más próxima al pasillo lateral para, en el caso de sentir la necesidad de huir (como así sucedió), no molestar al resto de espectadores. Y me estoy refiriendo a Iba en serio, esa cosa que se ha representado este fin de semana, a la mayor gloria del inefable Jorge Javier Vázquez, el gran sacerdote de la orgía de cotilleo nacional, el programa Sálvame de Tele5. No me referiré al espectáculo en sí, ingrata labor que dejo para el crítico teatral de INFORMACION; pero no puedo callar ante lo que considero un atentado al espectador serio, que acude al teatro con la sana intención de encontrar un rato de esparcimiento algo inteligente. No es el caso. Parece que el citado «actroz» tenía el sueño de subirse a un escenario, y para ello escogió su novela (sic) autobiográfica, que se ha vendido como rosquillas. Todo el mundo es dueño de sus actos, y hasta de convertir el sueño en un acto de exhibicionismo en pro de su ego; pero un servidor también es dueño de decir lo que piensa, y este alarde de vulgaridad y de pretendida transgresión raya en lo obsceno, desde el punto de vista estético y no moral. A pesar de que es un espectáculo objetivamente malísimo, que cuenta intimidades con interés nulo para un espectador adulto, llenó el teatro en sus dos funciones. Y el lunes pude comprobar que el 95% de los espectadores eran señoras, clientela habitual de los programas del corazón o de mesa camilla, que le han concedido -como a otros cuantos- la categoría de estrella mediática. Pero mi extrañeza es mayor al ver involucradas en el proyecto a dos personas con demostrados valores teatrales: Juan Carlos Rubio, escritor teatral con títulos aceptables y hasta interesantes, guionista de televisión y cine y con varios premios importantes, es el responsable del texto y la dirección. Y todavía más sorprendente la participación de Kiti Mánver, una de las mejores actrices españolas y con una larga y muy prestigiosa carrera. ¿Qué razones les movió a participar en este ridículo sarao? Solo veo dos respuestas: por amistad o por dinero, dos razones que no seré yo quien critique pero que no hacen disminuir mi extrañeza. Otra cosa es la dudosa decisión de la inclusión de este montaje en la programación de un teatro semipúblico, como es el Principal, existiendo como existe una amplísima oferta; y no me vale aquello de que es «un teatro para todos», como reza su eslogan publicitario, porque aunque como declaración de principios podría aceptarse, ese «para todos» debe regirse por un criterio serio; o simplemente con criterio. Les aseguro que no me mueven actitudes elitistas, y que todo aquel que pisa un escenario me merece respeto; solo protesto por la falta de inteligencia. No me asustan las audacias visuales, la extravagancia o el teatro rupturista, siempre que el discurso artístico sea consistente. Este no es el caso. Siempre consideré a Jorge Javier un tipo listo, que por algo ha conseguido hacerse famoso, primero con aquel celebrado «tomate», y más tarde con el nocivo Sálvame. Creí que el teatro, que es sagrado, serviría para redimirle de sus frivolidades. Y por desgracia, como tantas veces, me equivoqué.

No quiero terminar mi columna sin rendir un pequeño homenaje a mi antigua secretaria Mila, que acaba de dejarnos víctima de la enfermedad del siglo. Me enteré de su muerte por una carta publicada en este periódico, porque incluso desconocía su enfermedad. Decir que lo lamento es decir poco, la conocí en 1968, o sea hace cuarenta y siete años, y en aquel año participó en uno de mis primeros trabajos teatrales como director en La casa de Bernarda Alba, en la que participó como actriz con una frase: «Cae un sol como plomo». A pesar de que éramos «como el Guadiana», aparecíamos y desaparecíamos de nuestras vidas por largos años, nos unían afecto y complicidad. Quien debió comunicarme su fallecimiento no lo hizo, y siempre le reprocharé haberme privado de la posibilidad de despedirme de ella. Lo que demuestra una vez más que hay gente para todo. Adiós Mila, trajiste mucha alegría a mi vida.

La Perla. «Lo vulgar es el ronquido, lo inverosímil, el sueño. La Humanidad ronca, pero el artista está en la obligación de hacerla soñar, o no es artista». (Oscar Wilde)

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats