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El peligro de los 2º C

No es cuestión de fe. Y cuando digo eso, no me refiero a la encíclica papal Laudato si sino a que la probabilidad del cambio climático no tiene que ver con la fe (creer en lo que no se ve) sino con la ciencia. Que Jeb Bush, precandidato a la Presidencia de los Estados Unidos, desdeñe los puntos de vista del Papa porque este no es un científico para hablar de tal asunto solo tiene una respuesta: el hermano e hijo de presidentes tampoco lo es para negarlo. No tiene sentido, en efecto, que te pregunten «¿tú (no) crees en el cambio climático?».

Aceptar la probabilidad de tal evento es más cuestión de confianza: en quién confío que sí sabe del asunto y es capaz de trasmitírmelo de forma convincente. Pero es un argumento problemático aunque vaya acompañado por un «el 95 por ciento de los científicos del ramo están de acuerdo en que el cambio climático se podría producir si las temperaturas del planeta aumentan 2º C». En tiempos de Galileo, el 99 por ciento de los científicos del ramo (en su caso, astronomía) estaban de acuerdo en que era el Sol el que se movía en torno a la Tierra y no viceversa. Pero, sí, uno puede confiar más en el Panel Internacional sobre el Cambio Climático de Naciones Unidas que en los negacionistas, que también tienen sus argumentos. Pero es confiar y nada más, ya que, por lo menos yo, carezco de capacidad profesional para evaluar a unos y a otros (no solo a uno de los bandos).

Las anteriores discusiones de fe y de confianza pueden ocultar algo que creo más importante y es que también es cuestión de intereses. Un caso curioso: algunas diócesis estadounidenses han tenido dificultades en aceptar los puntos de vista de la citada encíclica. La razón era sencilla y profunda: se trataba de diócesis que tenían inversiones significativas en empresas cuyas actividades podrían estar influyendo en el (supuesto) cambio climático y que no tenían muchas ganas de perder sus dividendos si las tales empresas tenían problemas al generalizarse la aceptación del dicho cambio. Intereses, pues. Como los de donantes del Partido Republicano y que tan bien documenta OpenSecrets, la página en que pueden verse los dineros que han ido de tales empresas a determinados políticos, precandidatos presidenciales incluidos. Todo hay que decirlo: los negacionistas argumentan, en este capítulo, diciendo que los «creyentes» lo son porque están «pagados» por determinadas ONG que necesitan que la gente se lo crea para seguir estando legitimadas para continuar existiendo. De todos modos, el paralelismo puede ser engañoso: no son comparables las cantidades dedicadas por los interesados de un lado y otro en esta contienda. Solo los hermanos Koch superan al posible de las ONG.

Pero para mí es más cuestión de cálculo. Es conocido el argumento de Pascal sobre la existencia de Dios. Decía el filósofo que puede que exista o no, pero que lo sensato es creer en su existencia ya que, con independencia de que la probabilidad sea alta o baja, la ganancia que proporciona el creer es muchísimo mayor que la del no creer. Con el cambio climático sucede lo contrario en esa «esperanza matemática»: si se produce, por no controlar esos 2º C, sería algo irreversible con enormes pérdidas para la especie humana que incluirían su desaparición sobre la Tierra. La pérdida es tan grande que lo sensato es actuar como si fuera a producirse ya que, así, se evita un mal mayor que el que se evitaría no haciendo nada al respecto. No hay plan B, diría Ban Ki-moon, porque no hay planeta B.

La primera y segunda de las cuestiones que aquí planteo pueden ser de menor relevancia. Pero entre la tercera y la cuarta se juega el resultado de la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP21) que se celebrará en París a partir del día 30. Lo sucedido con el 0,7 de feliz memoria y los «éxitos» de las sucesivas conferencias no permiten ser muy optimistas. Los intereses podrán, otra vez, ser los dominantes y, entre esos intereses, están no solo los de las empresas que contribuyen al problema sino también los estrictamente electorales de los gobernantes que han participado en dichas conferencias y que no se atreven a tomar las decisiones que serían necesarias para evitar la catástrofe y que sus electorados, que también son parte del problema, no están dispuestos a aceptar más allá de la retórica. Dicho una vez más: estaría encantado de equivocarme.

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