I sento bullir la sang quand em acord de chicotet la meva admiració per esportistas catalans, com Ramallets, Gisbert, Buscató, Sabater, Olivella, o més endavant per intel-lectuals, artistes o gent del mòn de la canço, com Dalí, Casals, o Boadella, Serrat i tants més, que es van a convertir en referents de una terra molt propera a la meva persona. Todavía conservo una barretina que compré y lucí por toda Barcelona, allá por el año 1968 en viaje de fin de bachillerato, cuando no estaba muy bien visto por las fuerzas y cuerpos de seguridad de entonces. Mi apellido, Prats, sitúa a mis ancestros en Reus. Cataluña y especialmente Barcelona, fue en aquella época gris de la dictadura, nexo de unión con los países europeos. Era puerta de entrada de cultura y costumbres más allá de nuestras fronteras que refrescaban la vida en el endogámico régimen franquista. Cataluña alimentaba cualquier deporte minoritario, casi todos lo eran excepto el balompié, elevándolos a superior categoría. Desde el hockey patines al balonmano, pasando por el balonvolea o la natación, en todos, los equipos y apellidos catalanes eran abrumadora mayoría. Por todo ello, desde mi más tierna infancia comencé a querer y admirar a Cataluña.

Jo també soc catalá, como también me siento asturiano cuando escucho su himno con ocasión de entrega de los premios Princesa de Asturias, o cuando oigo cantar flamenco a Camarón, o tocar la guitarra a Paco de Lucía, o cuando leo a Lorca, me siento profundamente andaluz, y cómo no, me siento a rabiar alicantino, de mi terreta, cuando huelo a pólvora, cuando leo a Gabriel Miró o cuando en esos días de cielo azul me siento a contemplar el Mediterráneo desde el Postiguet y escucho con delectación el rumor de las olas al besar la orilla, o cuando desde el Benacantil o la Ermita de Santa Cruz admiro a mi Alicante entera, con esas peculiaridades tan nuestras, tan íntimas. Hechos diferenciales que no han hecho otra cosa que unirnos durante siglos, al igual que en todas las naciones europeas, donde sus habitantes son tan diferentes como un napolitano de un milanés, un inglés de Londres de uno de Liverpool, un parisino de un marsellés, o un ciudadano de Baviera de uno de Renania Palatinado. Soc alacantí, soc catalá, soy andaluz, soy asturiano, soy madrileño, soy y me siento español, que al fin y al cabo es sentirse de todos los pueblos que componen España.

Por eso y por mucho más, yo también, si es que alguna vez sucede, quiero, tengo voluntad de hacerlo, y tengo derecho, la ley me asiste, a decidir sobre el futuro de un pedazo de mi nación. Si quienes sean desde Cataluña quieren independizarse del resto de España, que hagan lo que en su día intentó Ibarretxe con su famoso plan. De lo contrario, no hay otro camino más que el que marca y define nuestra Carta Magna. Si alguien o algunos quieren modificarla o reformarla para incluir el derecho a independizarse o un referéndum sobre el tema, sea a nivel nacional o autonómico, a ello: cuenten con los votos necesarios, disuelvan las Cortes, convoquen referéndum, convoquen elecciones y aprueben las modificaciones territoriales y de cualquier índole votadas por el pueblo soberano en plebiscito legal y legítimo. Todo lo demás, son proclamas sediciosas que intentan vulnerar el imperio de la ley, subvertir el Estado de Derecho y llamar a la rebelión social a los ciudadanos.

Tan solo que la presidenta de las Corts termine su primer parlamento con un viva a la utópica república catalana, no es sino un desatino, un desvarío más de quienes llevan años sin siquiera intentar solucionar problema alguno de los ciudadanos, y por el contrario empecinándose en crearlos, utilizando en muchas ocasiones el dinero que aquellos pusieron en sus manos confiando en una buena gobernanza. Forcadell ha dado la señal de salida, sus cómplices no han tardado ni un segundo en dar el paso definitivo para violentar la legislación presentando una resolución en las Corts de nueve puntos que no tiene desperdicio para que, en una clase de derecho constitucional, se estudie como se comete sin rubor alguno delito de sedición avalado por más de setenta diputados que atentan, con su participación, contra el pueblo soberano.