He tenido la ocasión de leer el discurso del Papa Benedicto XVI, sobre la música sacra, con motivo del doctorado «honoris causa», que se le otorgó el pasado mes de julio. La primera aportación del Papa fue señalar el destino de la música, especialmente de la música sacra. La música tiene su origen en la experiencia del amor. Precisamente, el amor abre una nueva dimensión del ser humano, y esta dimensión encuentra su expresión más adecuada en la música. Y si se trata del amor de Dios, se expresa en la música sacra. De ahí el interés y la belleza de la música gregoriana. Otro aspecto, diametralmente distinto del amor, es el dolor. Y es, precisamente, en la música donde encuentra el dolor su más adecuada expresión. La música manifiesta el sufrimiento interno con una intensidad y viveza extraordinarias. El otro aspecto de la expresión musical es el encuentro con Dios, como totalmente otro. La música tiene la facultad de hacer vivir al oyente la grandeza y el misterio de Dios. De ahí el papel tan importante que juega la música en la vivencia religiosa. Ayuda a vivir el misterio y la grandeza de Dios, más que ningún otro instrumento, como puede ser la literatura. En Occidente, la música cumple un papel decisivo. El Papa Benedicto XVI, pone el ejemplo de Bach, Händel, Mozart, Beethoven, para revelar la vivencia religiosa que producen. En concreto, la música sacra es una expresión excelente de la fe cristiana. Produce una vivencia muy intensa de Dios, de Cristo y de toda la realidad cristiana. El discurso del Papa Benedicto XVI, ayuda a vivir la fe a través de la música, especialmente la música sacra.