Poca gente sabe ya que esta noche es la de las almas o de ánimas. Ni que nuestros antepasados, en esta noche, gustaban de narrar a la familia, sobre todo a los más pequeños, a la vera de la lumbre -entonces, por Todos los Santos hacía frío- relatos y leyendas donde los aparecidos eran protagonistas. Incluso que algunos osados se atrevían a relatar el testimonio de algún familiar que había tenido un encuentro cara a cara esa noche con los que ya se fueron. Noche de candelas encendidas en habitaciones apartadas para iluminar a las almas. El olor a cera derretida, y la charla animada con dulces y licores entre familiares y amigos, componían la tradicional noche de terror hispánica. Hoy todo se ha diluido ya como un azucarillo en café caliente. El desembarco hace unos años del Halloween norteamericano ha dado paso a una invasión cultural generalizada sin piedad, con el beneplácito -esto es lo grave- de las instituciones culturales.

¿Generalizada? Me cuentan unos amigos sorianos que, desde hace ya muchos años, el ayuntamiento de esta ciudad castellana, junto a la Asociación de Amigos de las Ánimas, llevan organizando con un nivel envidiable la representación de la leyenda de Bécquer, El Monte de las Ánimas, por los escenarios reales donde transcurre la noche del 1 de noviembre.

También el Ayuntamiento de Alcalá de Henares lleva mucho tiempo programando cada 1 de noviembre la representación de Don Juan Tenorio de Zorrilla con enorme éxito de asistencia, y cada año en un espacio urbano diferente.

Por su parte, la ciudad de Cuenca, para contrarrestar el virus de Halloween, realiza desde hace años lecturas dramatizadas de leyendas de terror locales por distintos rincones del caso antiguo, con notable afluencia de público. Y así podría ir relacionando un buen número más de eventos tradicionalmente locales entorno a la fiesta de Todos los Santos, que se celebran en muchas poblaciones de nuestro país, apoyados, o directamente promovidos, por las instituciones públicas.

Todo esto contrasta vivamente con el panorama que contemplamos por estos lares en fecha tan señalada. Hace unos días leía en este diario que la Asociación de Comerciante de Elda, con la colaboración del Ayuntamiento, había organizado una maravillosa fiesta de Halloween para ayer tarde. Mi hija pequeña me entregó hace una semana un carta de su «cole» por la que se nos comunicaba a los padres que habían programado una actividad llamada «la cocina de Halloween» para la tarde del 30 de octubre, que pretendía enseñar a los niños las recetas tradicionales (imagino que en Norteamérica) en estas fechas. Y así podría citarles, hasta aburrirles, un sinfín de fiestas, actividades, productos, lecturas, eventos, etc., que gravitan en torno a este pastiche que ha acabado con nuestra tradición cultural casi por completo.

¿Verdaderamente esto es necesario? ¿Tenía que venir Halloween para que encontráramos un motivo por el que celebrar esta festividad?

Ya ocurrió antes con Papá Noel, que pugna encarnizadamente con los Reyes Magos desde entonces. Y a este paso me veo relegando el Día de la Constitución (tampoco sería raro a tenor de la situación existente) para conmemorar el Día de Acción de Gracias.

Coincido con mi teacher de inglés en que hay que estar abierto a otras costumbres en un contexto globalizado (que no me oigan los hombres de neandertal independentistas). Pero una cosa es eso, y otra muy distinta la sustitución total y absoluta de lo nuestro por lo ajeno.

Así que, me gustaría que un día no muy lejano, encontrara un anuncio de que nuestras instituciones públicas, centros educativos o círculos culturales locales hubieran programado una actividad distinta y propia para conmemorar esta fecha milenaria. O admirar, colgado de la fachada del teatro Castelar, el cartel del Don Juan Tenorio, por ejemplo?, para representarse la noche de las almas, por supuesto. ¿Seremos comidos antes por las calabazas dentadas? Feliz y terrorífica noche.