La Generalitat baraja la idea de crear equipos de funcionarios de élite. Así lo ha propuesto el conseller de Hacienda, Vicente Soler, si bien con la oposición inicial de su homóloga de Administración Pública, Gabriela Bravo. Las reticencias parecen ser más de forma que de fondo. Es lo que tiene saltarse a la torera las competencias de otro departamento y la obligada negociación sindical. Trámites al margen, la iniciativa merece ser considerada.

No hay razón para rechazar, cuando menos en principio, la fórmula concebida por el conseller Soler. Cierto que conlleva el riesgo de convertirse en un medio para rodearse de funcionarios afines e incluso podría ser la llave de entrada, por la puerta de atrás, a personal ajeno a la función pública. Esas posibilidades deben de contemplarse, de acuerdo, pero sin que por ello pierda interés lo planteado.

Supongo que la iniciativa se sustenta en la búsqueda de la excelencia en los servicios públicos. Un propósito que bien podría extrapolarse a otros campos, como el de la asistencia sanitaria. Resulta comprensible que los miembros del gobierno valenciano quieran tener cerca a los profesionales más destacados. Aplicando el mismo razonamiento, también los ciudadanos de a pie deseamos ser atendidos por los mejores y que se incremente la calidad de las prestaciones que recibimos. Al fin y al cabo, contribuimos a mantenerlas con nuestras aportaciones fiscales. En consecuencia, siempre y cuando el Consell mantenga ese ambicioso y loable espíritu de alcanzar un nivel sobresaliente en todas sus actuaciones, bienvenida sea la propuesta. Por supuesto, exigiendo que ésta se fundamente en el reconocimiento de méritos objetivos y desprecie la influencia de intereses espurios.

Si el gobierno valenciano busca equipos de élite, bien podría empezar favoreciendo una cultura de la competitividad. Los expertos aseguran que ésta es realmente el motor del crecimiento económico. Hay motivos para preguntarse por qué diablos no se introduce en los servicios públicos, más aún cuando el argumento de que lo privado es siempre mejor que lo público se basa en la capacidad del primero para rivalizar con otras ofertas ¿Tan complicado es incorporar esta competitividad a determinados servicios públicos? Pues depende.

La sanidad ofrece un marco excelente para introducir mecanismos de competencia. En el cuidado de la salud, el sistema público dispone de una posición hegemónica en relación al privado. Por tanto, competir entre ellos no cabe. Además, existen grandes diferencias en cuanto al producto que ofrecen y el acceso a éste. El barómetro sanitario muestra anualmente una imagen invariable en el tiempo: lo público destaca en el aspecto clínico, mientras el sector privado se lleva el gato al agua en la atención personal y las comodidades. Como decía, la cuestión no estriba en que ambas opciones rivalicen entre sí. De lo que se trata es de establecer la competitividad en el seno de la pública, entre sus propios servicios sanitarios. Nada nuevo en teoría y un enorme avance si se trasladase a la práctica algún día.

Los servicios públicos suelen alcanzar determinado punto de inmovilismo. La sanidad no escapa a este problema. Por ello, para justificar la resistencia a todo intento de introducir modelos de competitividad, habitualmente se recurre a su anquilosamiento. Pero es difícil mantener la motivación cuando el objetivo se reduce a cumplir correctamente la jornada. Tampoco ayuda que los sueldos no crezcan al ritmo que lo hacen los privados. Ni que los medios disminuyan y se deterioren. Y como resultado llega el hastío y más de uno acaba dejándose llevar, olvidando que un trabajador público debe exigirse un compromiso tanto o mayor, para tirar del carro a diario, que un particular. Una reacción discutible aunque cargada de lógica.

Razones hay para explicar las causas de este inmovilismo, algunas de fácil solución. Con más frecuencia de la debida, en el sistema sanitario colisionan los intereses privados con los públicos. Y no sólo a nivel corporativo sino, fundamentalmente, individual. Intereses que acaban bloqueando cualquier tipo de competitividad interna, favoreciendo el debilitamiento del sistema sanitario en favor de la oferta privada. Es aquí donde sería de agradecer la actuación de la Conselleria de Sanidad, más allá de lo que atañe a las concesiones administrativas. Dichosa manía de buscar fuera cuando el problema está dentro ¿O se trata de una simple maniobra de distracción?

La necesidad de incorporar una competitividad interna real, basada en refuerzos positivos que motiven a los profesionales, se impone. No cabe seguir manteniendo escenarios ficticios en los que el resultado final está asegurado. Me refiero, como es obvio, a unos salarios que deberían de estar vinculados, cuando menos en parte, al cumplimiento de objetivos próximos a la realidad clínica. Nada que ver con esa irrisoria productividad ligada a criterios economicistas. Tampoco al reparto arbitrario en ausencia de patrones objetivos. En fin, pongan en juego la nómina y verán cómo los servicios se vuelven competitivos. Quizás entonces ya no sean tan precisos los equipos de élite.

La motivación también se incrementa por otras vías que no obligan a asumir un coste económico importante. Cuando no queda dinero que repartir, cabe recurrir a otro tipo de incentivos. La propia competitividad es un aliciente para muchos. La sanidad valenciana está plagada de interesantes iniciativas que no siempre reciben el apoyo deseable. Desde la atención a colectivos específicos, a favorecer el acceso a los tratamientos más actualizados. En este grupo se encuentran profesionales que pueden mejorar sustancialmente la sanidad valenciana. Son el mejor capital del que disponemos y, sin embargo, generalmente se desperdician. En ocasiones bastaría con disponer de los medios necesarios para crear nuevos proyectos ilusionantes. No es tan complejo.

Va siendo hora de acabar con el «café para todos». Asumir la igualdad ante resultados y volúmenes de trabajo que difieren sustancialmente, acabará matando al sistema. Tanto como la excesiva burocratización, en la que el cumplimiento servil se prioriza sobre los resultados clínicos.

Se trata de competir para mejorar. Se trata, en suma, de dignificar lo que es de todos.