A buen seguro que muchas de las personas que están leyendo estas líneas ha tenido en alguna ocasión a lo largo de su vida un problema que le limite temporalmente su capacidad de movimientos, o de alguno de los sentidos, y habrá pensado lo duro que es en esos momentos tener una cojera, o un problema de visión o en alguna articulación clave para el funcionamiento diario. Pero como resulta que se trata solo de un problema puntual que se cura con el tiempo y con la eficacia de nuestro sistema de salud o con una adecuada mediación o productos para esa dolencia resulta que al final acabará desapareciendo. Lo que ocurre, sin embargo, es que la mayoría de las personas somos «malos enfermos» y siempre nos quejamos amargamente de esas dolencia temporales.

Pues bien, recuerdo en una ocasión que tuve que acudir a un centro de rehabilitación por una dolencia en un gemelo que me impedía practicar deporte y andar con comodidad y me estaba fastidiando realmente. Y como somos malos enfermos lo primero que expuse al fisioterapeuta fue la queja por la dolencia apelando al susodicho término de la mala suerte como si se tratara de una dolencia grave, aunque para mí realmente lo era por no permitirme hacer deporte durante un mes aproximadamente. Ante ello, lo que hizo el profesional fue pasarme a una sala donde había personas ejercitándose en rehabilitación con distintas carencias funcionales. A uno le faltaba una pierna por un accidente de tráfico donde la había perdido, otro no tenía brazo por otro accidente, a otro le faltaban las dos piernas y se movía con un andarín haciendo un esfuerzo enorme con sus brazos para moverse por la sala, y ante todo lo cual me espetó: ¡A estos sí que les debe doler lo que tienen! Y la realidad es que tenía razón, porque a quienes se encuentran ante esa situación no se trata de una «dolencia temporal», sino que su día a día es la lucha para sobreponerse a una limitación grave que les impide desarrollar con normalidad las más elementales actividades de la vida, tales como andar, o moverse de un sitio a otro, y ante muchas personas que tienen una dolencia puntual que les impide hacer eso con normalidad no nos damos cuenta que un importante porcentaje de la población tiene esa dolencia de por vida y cada día tienen que levantarse sabiendo que es una lucha contra esa limitación y que tienen que vencer mil obstáculos para poder realizar las más elementales tareas de la vida.

Pese a todo, seguimos dándoles la vuelta en muchas ocasiones a quienes sufren discapacidades, o bien porque no nos ponemos en su lugar, o bien porque no somos solidarios con quienes las sufren, y si lo hacemos es cuando nosotros mismos tenemos una dolencia temporal y nos preguntamos cómo se tendrá que vivir con esa limitación hasta que te mueras. De ahí que es importante que la legislación que se apruebe en cualquier tema reconozca en su articulado las situaciones de discapacidad e introduzca los elementos correctores para que no tengan que sufrir, además, la insolidaridad de la ciudadanía, porque hasta la fecha esta se ha demostrado, por ejemplo, en las comunidades de vecinos donde costaba mucho aprobar medidas para suprimir barreras arquitectónicas y ha tenido que ser el legislador el que ha aprobado reformas legales para considerar que estas son obligatorias y que no puede someterse a votación de la junta, porque cuántas veces se han desestimado peticiones de personas que sufrían limitaciones por tener que sufragar los demás la supresión de aquellos obstáculos que les limitaban sus movimientos.

Pese a todo, últimamente parece que estas reformas que introducen el reconocimiento de la discapacidad y protegen a quienes sufren una dolencia están abriendo la puerta a la esperanza, no obstante lo cual esta puerta no terminará de abrirse si las ayudas económicas a la discapacidad no se sitúan en la verdadera dimensión que se precisa, porque es fácil reconocer la obligatoriedad de una obra para suprimir barreras arquitectónicas, pero ello debe venir acompañado de las subvenciones correspondientes, y lo mismo para el acceso a la enseñanza, a los medicamentos, a las ayudas de terceras personas, etcétera.

Por todo ello, es admirable darnos cuenta de cómo estas personas afrontan su particular día a día, porque cuando abren los ojos saben que nada más que para levantarse es un mundo si no ven, si no oyen, o si no pueden poner un pie en el suelo y después el otro fácilmente para ir al baño, a la cocina y para realizar lo que cada uno hacemos casi sin darnos cuenta. Y todo esto con una sonrisa, cuando muchas personas que no tienen dolencia alguna no esbozan esa sonrisa nunca y ven problemas donde no los hay y los buscan y provocan tantas veces como puedan, hasta que un día se den cuenta de lo que es el verdadero sufrimiento y la lucha que para muchas personas supone «vivir cada día». Admirable el reconocimiento es poco para calificar su actitud ante la vida.