La imagen de Marca puede ayudar a crear emociones en la política, pues una marca es algo más que un logotipo, también tiene un valor simbólico, aún más cuando esta marca representa a un partido político. En términos generales, lo que distingue a una marca son los aspectos culturales (como son los símbolos de nuestra sociedad); los aspectos sociales (en muchos casos crecimos con esa marca); y los aspectos psicológicos (nos pueden hacer identificarnos con ella). También existen otros aspectos a destacar como el económico (valor que le damos) o el funcional (funciona bien, nos es útil), pero en política solo existen los tres primeros a la hora de valorar una marca. Podríamos añadir dos condiciones más a la marca política, aunque secundarias, como el recuerdo (promesas electorales cumplidas o incumplidas) o los atributos (liderazgo, credibilidad, etcétera), todo ello nos hace valorar de una manera u otra la marca política en cuestión.

Pocas veces hemos visto en política nacer una marca nueva, sin embargo, en los últimos tiempos estamos asistiendo a numerosas excepciones a esta regla, como la de Podemos, al que se le augura un efímero recorrido. Muchos pensamos que esta formación ya ha dado todo cuanto podía dar, siendo su gran aportación a la política la de un riguroso y real análisis de situación, así como una notable contribución a la ruptura del bipartidismo en nuestro país, estructura esta que ya había dejado de dar frutos hacía tiempo y mostraba palpables evidencias de haberse convertido en un problema. Caso distinto es el de Ciudadanos, que tras constituirse en el 2005, ha mantenido un estable ritmo de ascenso, defendiendo en unos casos posiciones muy próximas a la socialdemocracia como son la defensa del Estado del Bienestar, aborto o matrimonios del mismo sexo, siendo capaz de protagonizar en los últimos dos años una expansión a nivel nacional que le hace situarse en posiciones muy próximas a las de gobierno. Sin duda el potencial de figuras nuevas en política, propuestas racionales y la ausencia de pasado, juegan como una ventaja competitiva que hacen que el electorado focalice en estas marcas la esperanza de futuro.

La política igual que la banca son dos sectores con marcas a las que les pesa un pasado no muy digno del que no pueden escapar. Mucho tendrían que cambiar las cosas para que los dos grandes partidos pudieran frenar esto. No tiene muchas alternativas: o bien deciden romper con su actual declive para afrontar una regeneración de marca o se lanzan a un rebranding (refundación según el caso) con todas las consecuencias. Nada más lejos de la realidad, pues en muchos casos tanto la forma de confeccionar las listas electorales de los próximos comicios del 20 de diciembre, como el perfil de quienes las llenan, no merecen ni el esfuerzo en hacer comentarios, salvo el que como único efecto provocan en el electorado: «que se voten ellos». Así es, pues lejos de ayudar a sus respectivas marcas políticas en franco declive, la composición de las listas electorales lo único que hace es hundirlas aún más, cosa de la que son plenamente conscientes las cúpulas que propician tales desatinos, pues lo único que les importa es que ellos y los suyos tengan acomodo en puestos de salida sin que las consecutivas derrotas electorales sufridas tengan el más mínimo efecto, ahí, ya no hay nada más.

Cuando hablamos de desafección de la ciudadanía con las instituciones nos olvidamos que el primer desengaño que sufrimos los ciudadanos fue con los partidos políticos por su tendencia a prometer programas de imposible aplicación, por actuar de forma tibia con la corrupción que no entiende de colores ni de aves ni de rosas. Desengaño por la falta de democracia y transparencia interna y que también es corrupción, incluso en las opacas maniobras de confección de listas, por la exigencia de lealtad no a ideas, sino a los aparatos, que en muchos casos es ya el único contenido que le queda a los partidos y, en general, por no representar correctamente los intereses de su base electoral, pactando según la conveniencia del de turno, hasta con su rival más directo.

No sirven de nada los liderazgos basados en una imagen proyectada sobre los medios de comunicación, pues igualmente el nivel de solvencia y credibilidad del candidato vuelve a erosionar la imagen de marca. Por eso en la mayoría de los casos más bien son las marcas o lo poco que de ellas queda, las que algo aportan a los candidatos de sus listas y no al revés, dándoles incluso hasta una ocupación de la que vivir, y son estos quienes no suelen tener nada que aportar, haciendo un mal uso de la democracia, hasta que ya no quede nada.