Cenamos con unos buenos amigos que con entusiasmo y emocionada retórica nos hablan de su ilusionante acción de realizar ascensiones a las montañas y de que para ellos no solo es un atractivo deporte sino también un estilo de vida que implica aprecio y contacto directo con la naturaleza, y nos hablan de resistencia física, y de perseverancia y motivación por alcanzar la cima, y de cooperación y compañerismo.

Y yo les hablo de Everest, la película del director islandés Baltasar Kormakur, basada en hechos reales, a cuya proyección acudí sin demasiado entusiasmo y que, sin embargo, me emocionó por su dramatización envolvente, y su desgarradora historia de supervivencia épica, en una apasionante lucha del hombre contra la montaña. Y fascinados me hablan ellos del monte Everest, que con sus 8.848 metros sobre el nivel del mar, es el más alto del planeta, y del Himalaya, y de la frontera entre China y Nepal, y de que la montaña fue nombrada en honor del geógrafo galés, George Everest, en 1865.

Y ahora hablamos de que todo esfuerzo tiene su recompensa y del fortalecimiento interior y de la disciplina, las ilusiones, y los proyectos. Y de que como decía Mahatma Gandhi, nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado, y un esfuerzo total es una victoria completa.

Y comentamos que los resultados puede que no sean los que deseamos, pero el esfuerzo que realizas va a darte siempre una gran recompensa, hará que crezcas y madures en todos los sentidos y te llevará por la senda del aprendizaje en la vida.

Y seguimos charlando del amor a la naturaleza, y de bonitos paisajes. Y termina la cena, que ha pasado volando. Y nos reímos. Y, claro, alguien propone: -¿Qué tal si vamos a tomarnos una copa a Mother Club, el pub de Javier y Ángel?