El equipo de Évole se trazó el plan de investigar el secreto del colegio del Pilar de Madrid, de donde salieron más presidentes de Gobierno y de corporaciones, directores de diarios nacionales, ministros y secretarios de Estado por metro cuadrado de aula que de cualquier otro centro docente patrio. Como si hubiese secreto. La sabiduría popular ya nos lo transmitió con una certeza inapelable: Dios los cría, y ellos se juntan.
Quien crea que todos somos iguales en la parrilla de salida de la vida se chupa el dedo. Para quienes pudo servir el programa, si acaso, fue para que aquellos privilegiados que todavía no habían caído del guindo (y o eran muy buenos actores, o alguno de ellos parecía no haberse dado cuenta de la suerte que tuvo al nacer con un pan bajo el brazo) se empezasen a dar cuenta de la suerte que tuvieron al vivir una biografía de cinco estrellas, del primer al último de sus días, cuando las hay de cuatro, tres, dos, una, cero, y bajo cero hasta llegar al infinito.
Resultó enternecedor Antonio Garrigues Walker cuando preguntó a Évole en qué colegio había estudiado, como si en todos cociesen habas. «En uno público de Cornellá», contestó el periodista. Ante lo que Garrigues no tuvo más remedio que callar. El hijo del director del diario Arriba, Juan Luis Cebrián, sí parecía ser consciente de los privilegios de que gozaba desde su más tierna infancia, cuando iba a recogerle al colegio personal de servicio de su casa, entre mucho militar. Cómo habrían sufrido un Dragó, un Schwartz, un Rupérez, un De Villena, pobres de solemnidad. Castrados en un mundo rural y/o proletario. Para quien les habla el visionado de El secreto del Pilar fue, además de incómodo, obsceno. Desagradable. Los investigadores arrojaron datos contundentes. España es un país donde la casta prospera muy por encima que en Europa. ¿Quién dijo que la palabra es obsoleta?
