Aunque, como es sabido, la historia no se repite, sólo lo hace la escenografía que rodea a algunos acontecimientos, no me he podido resistir a exponer el paralelismo que encuentro entre la época que estamos viviendo con otro escenario político, económico y cultural del siglo pasado. En la década de los 70 del siglo XX también se cernía sobre nosotros una crisis económica ligada al incremento de los precios del petróleo; una crisis política: todavía resonaban los ecos de Mayo del 68 que, entre otras cosas, rechazó la forma tradicional de hacer política (La imaginación al Poder); y una crisis ecológica puesta de manifiesto por el Informe Meadows (Club de Roma 1972) primer gran toque mundial de atención sobre los problemas ambientales y de agotamiento de recursos no renovables proveniente de sectores conservadores poco sospechosos de ecologismo.

Al mismo tiempo, surgió una corriente de pensamiento crítico que sostenía, básicamente, que el crecimiento industrial, tanto en el mundo capitalista como en el bloque de socialismo real, se basaba en una triple explotación: la de los trabajadores, en las fábricas y su alienación por el consumo fuera de ellas, y la de la naturaleza. En consecuencia se proponía una nueva cultura de la producción y energía, educación, salud, vivienda y urbanismo, sobre la base de tecnologías blandas y de sistemas sociales descentralizadas y autogestionados. En cada una de esas destacaron autores como Paulo Freyre en educación, Ivan Illich en gestión de la energía y salud, John Turner en vivienda, y Robert Goodman en urbanismo y participación.

Una obra de culto de esa época fue Lo pequeño es hermoso (1974) de E. F. S. Schumacher, que propone una reorientación de la economía a partir de un uso adecuado de los recursos naturales, nuevas formas de propiedad y gestión, introduciendo el concepto de «tecnología intermedia» como alternativa al imperante de «tecnología dura» En esta obra su autor llama la atención de que la noción de «economía de escala» se emplea rutinariamente por los economistas como un axioma que equivale a que «cuanto más grande mejor». Sin embargo para Schumacher, «economía de escala» significa que cada sistema, proceso o espacio para la vida tiene un óptimo de tamaño, y de lo que se trata es de encontrarlo, y en las mayoría de los casos vemos que son las escalas pequeñas o intermedias las más eficaces y eficientes, y las más humanas.

En el mismo sentido, pero en el ámbito de la energía, Ivan Illich en Energía y equidad sostiene que existe una escala crítica del consumo de energía per cápita que, de superarse, produce efectos destructores no solo sobre el medio ambiente natural sino también sobre el social y, además, una vez sobrepasado ese umbral crítico, es indiferente a su modo de gestión pública o privada.

John Turner investigó el fenómeno de las grandes barriadas de vivienda marginal en ciudades de América Latina, entre las que las «favelas» brasileñas son las más conocidas. La conclusión más relevante que obtuvo de aquella experiencia fue constatar la incapacidad de la política, de la economía y de los profesionales del urbanismo y de la arquitectura para resolver el problema de la vivienda masiva. En la actualidad hay en Río de Janeiro más de 1,4 millones de habitantes viviendo en «favelas», el 22 % de la población total de la ciudad. Turner expuso sus conclusiones en Vivienda. Todo el poder para los usuarios (1971), en donde concluye: no hay solución a la satisfacción de la demanda masiva de vivienda en esas enormes ciudades americanas si no se cambia la relación, papel y lugar, del usuario en el proceso de producción de viviendas, desde su gestión a su construcción y mantenimiento. Descubrió que la chabola no era necesariamente el síntoma de una ciudad enferma, sino que podía formar parte de la solución, mediante la autogestión, autoconstrucción y mantenimiento de las viviendas por los usuarios; que con el tiempo favorecía la consolidación de barrios provistos de servicios y facilitaba el acceso de sus habitantes a la economía urbana.

Recientemente, Justin McGuirck en Ciudades radicales (2014), nos aporta experiencias actuales en ciudades americanas que confirman, y enriquecen, las tesis de Turner. McGuirk expone con numerosos ejemplos cómo en muchas de las grandes metrópolis latinoamericanas se está pasando de un urbanismo dirigido a extirpar el «cáncer del chabolismo» a un urbanismo regenerador mediante proyectos de pequeña escala en el interior de los tejidos informales, unidos a acciones sociales y culturales, que actúan como revitalizadores del medio social, desarrollados con formas de gestión participada de abajo-arriba. McGuirck recupera una idea ya enunciada por Turner: «Los profesionales se enfrentan con la conciencia creciente de su incompetencia para decidir en nombre de otras personas lo que es mejor para éstas», por lo que el arquitecto, ingeniero o urbanista, elitista y aislado de la gente, debe de ser sustituido por el profesional-activista que trabaja en medio de la gente.

Una idea, común a todos estos autores, y que tiene vigencia ahora más que nunca, es la de que en las crisis los problemas se pueden transmutar en oportunidades. La misma idea planea en El paraíso estancado, libro recién publicado donde sus autores, Mario Gaviria y José María Perea, sostienen, entre otras cuestiones, que la situación actual del sector energético en nuestro país, dominado por la dependencia de los combustibles fósiles, con un notable desarrollo de las energías renovables en tecnología y potencia instalada, y con una caída del consumo, es una oportunidad para poner en marcha una «transición energética» hacia una autonomía energética basada en renovables. Se trata de un libro muy polémico, pero, al mismo tiempo muy estimulante para una realidad como la nuestra dominada por una praxis política más preocupada por la gestión del presente que por la construcción del futuro.