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Todos los caminos llevan a Roma

Me preguntan si hay alguna relación entre el aprendizaje de la lectura y la escritura, y el resto de trabajos del aula. Y mientras lo pienso, se me agolpan una serie de momentos y vivencias que paso a relatar, porque lo que he comprobado es que cuando hay un verdadero interés por aprender a leer y a escribir, todos los caminos llevan a Roma. Y cualquier cosa que se haga, tiene que ver con las palabras, con las letras, con el soñado y deseado leer.

Desde que los niños vienen a la escuela, se acompaña su cotidianidad con la lectura de poemas y cuentos, con la exposición de trabajos plásticos con sus nombres, con la lectura de las cartas a las familias, con la rotulación de nuestros planes. Las maestras leemos y escribimos todo tipo de textos, y les hacemos partícipes a ellos. Recogemos por escrito algunas de sus conversaciones, y luego las leemos en voz alta. Anotamos las cosas «para que no se nos olviden». Recopilamos recuerdos, cuentos creados por los niños, poemas, resúmenes de lo que vamos averiguando, las recetas de cocina que hacemos, los experimentos, las «letras» de las canciones... Ponemos a su alcance libros de cuentos, tebeos, catálogos de viajes, periódicos, diccionarios, etc. Utilizamos el lenguaje escrito para el préstamo de libros de la biblioteca, para anunciar los acontecimientos y para muchas cosas más.

De vez en cuando, algún niño aporta un tipo de letras, que bautizamos con su nombre. Las letras «estilo Samira» eran de trazo doble, las que iban en vertical, las aportó Juanmi, las «letras caracol» las inventó María, las «de miedo» Adrián. En una ocasión traje de un congreso la tarjeta de identificación con mi nombre y apellidos. Los niños quisieron fabricarse identificaciones y se pusieron concienzudamente a la labor armados de bolígrafos «para que les salieran finitas las letras». A veces escribimos «bromas» y se las damos a los amigos entre risas. «Cara patata», «fideo», «coco liso», etc. Iván aún no lograba escribir palabras entendibles, pero insistía en hacer también sus papelitos a los compañeros. Al «leerlos», ellos se reían y decían «¡qué graciosas son tus bromas, Iván!». En ellas lo que ponía era, por ejemplo «RRRR», o «OIOI». El caso es que Iván se empeñó en poner «palabras más largas» y nos martilleó a sus padres y a mí, hasta que aprendió a poner algunas cosas más.

También se escriben cartas, que se depositan en un buzón y se reparten por las tardes. Cartas, carteles, notas, bromas, poemas, avisos, etc. Al fin y a la postre, un revestimiento de palabras que enriquece el ambiente y que despierta el deseo de leer y escribir.

Y cuando el hambre está ya dispuesta, son los propios niños los que sugieren, inventan, comparan y deducen. Con fuerza, con ilusión, con prisas... y también con un poco de susto. ¿Qué será esto que a los mayores tanto les interesa y que lo llena todo: la ropa, la calle, los libros...? ¿Y cómo es que no logro aprenderlo de un golpe de mirada, como habitualmente aprendo las demás cosas? Pero es que aprender a leer no es tanto una cuestión de método, sino de sentido. Y sentido viene de sentir, parte del deseo de ser mayor, de saber, de conocer, de dominar..., incluye el mundo afectivo, porque cada cual aprende desde su manera de ser, desde su curiosidad, su memoria, sus capacidades, sus miedos.

En mi clase siempre hemos «coleccionado» palabras del gusto de los niños en un espacio llamado el «Pasapalabra». El juego que manteníamos era memorizarlas, para encontrarlas cuando se les preguntara. Los niños estaban deseando saberse todo el listado con trucos y apaños, que se iban comunicando unos a otros. Ahí se jugaban las hipótesis constructivistas, la memoria visual, la búsqueda por parecidos, por longitud, por eliminación, etc. Una de las primeras palabras que se pusieron fue RITA, el nombre de la mariposa protagonista de un cuento. Otra era CAR, (coche en inglés). Cuando se cayó BIANKA y se rompió un hueso, pidieron poner RADIO Y RADIOGRAFÍA. Ahí dudé y me tranquilizaron con esta argumentación: «No creas que no vamos a aprender esta palabra porque es larga. Miraremos las dos y sabremos que la corta es el hueso, y la otra, la radiografía».

Y es que si se logra volver juego el proceso, sin presiones, ni exigencias, se podrá construir con placer y gusto el andamiaje de los nuevos saberes, engarzándolos en los que ya están adquiridos, despacito y disfrutando del recorrido. Porque cuando el deseo está predispuesto, todo lo que pasa en la clase es susceptible de ser material para leer y escribir con un sentido globalizador y afectivo. De modo que no reduzcamos a repeticiones absurdas este precioso momento. Ampliemos el ángulo de mira, y veremos cómo la vida entera del grupo... se reviste de palabrería utilizable y magnífica, porque, en efecto, y por suerte? todos los caminos llevan a Roma.

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