Asco me produce sólo imaginarme al exsecretario general de RTVV Vicente Sanz masturbándose delante de tres trabajadoras del ente a las que amenazaba con ponerlas de patitas en la calle y hacerles la vida imposible a ellas y sus parejas si no accedían a contemplar semejante espectáculo y a enviarle fotos en ropa interior, entre otras lindezas. Imagino la angustia de estas tres mujeres hasta que le echaron el arrojo necesario para grabar a su superior y denunciar al que en ese lugar y en ese momento era, como él mismo se autodefinía, un dios. Y como no me cuesta suponer que aquello tuvo que ser un calvario no acabo de entender ahora el acuerdo al que han llegado víctimas y verdugo para evitar un juicio en el que no sólo hubieran quedado al descubierto las miserias de este miserable sino que incluso podía haber acabado con él entre rejas. Puedo comprender, eso sí, que después de tantos años de soportar en silencio acosos, abusos y humillaciones estas mujeres no hayan querido ahora prolongar su agonía, y las de sus familias, con una vista oral a la que, con toda seguridad, seguirían recursos y contrarecursos. Pero si han sido capaces de sacarse de la manga una ley para poner fecha de caducidad a las investigaciones tampoco creo que costara mucha idear otra para que personajes así no se vayan de rositas a golpe de billetera sin que eso suponga someter de nuevo a las víctimas a una pesadilla.