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Jorge Fauró

El dilema de Aznar

El ex primer ministro británico Tony Blair ha pedido perdón por su fatal contribución a que el mundo sea hoy como es. En una entrevista que en los próximos días emitirá CNN, el laborista admite que la invasión de Irak de marzo de 2003 se basó supuestamente en informaciones erróneas de los servicios de espionaje norteamericanos que apuntaban al almacenamiento a mansalva de armas de destrucción masiva en territorio de Sadam Hussein. Aquella falacia parecía conocerla el mundo entero menos los autores de la invasión. El Reino Unido era entonces el primer aliado europeo de George W. Bush, pero un personajillo de suave melena, bigote y labio leporino decidió que él, dirigente de una pequeña democracia del sur del Viejo Continente, también tenía derecho a superar el complejo de inferioridad y tener su momento de gloria. En aquella foto de la infamia tomada en las Azores cuatro días antes de la invasión, Aznar mostró su ego al mundo entero. Un año después, y a pesar de las manifestaciones en contra de la guerra más multitudinarias que haya conocido este país, España entera lloró por los atentados de Atocha. A los pocos meses le tocó al Reino Unido. El personajillo jamás pidió perdón. Los electores acabaron echándolo y él se marchó a Georgetown a masticar su terrón de azúcar de manos de Bush. España no recibió favor alguno de Estados Unidos, pero él sí. A Aznar se le recuerda ahora por decir tonterías con dos copas de vino y por hacer el ridículo hablando en tejano, pero el resto del planeta continúa pagando muy alto el precio de aquella fotografía: el Estado Islámico, Je suis Charlie, el secuestro de occidentales, ejecuciones en directo, la locura de Afganistán. No esperemos que Aznar pida perdón por aquello. Primero porque su arrogancia se lo impide, y luego porque ya lo ha hecho Tony Blair y una declaración suya en ese sentido no pasaría de los Pirineos. Y para qué esforzarse. Su ocupación actual está ahora concentrada en hacerle la puñeta a Rajoy desde la Fundación FAES. Un laboratorio de ideas, dicen que es. Doce años después de aquellos días que cambiaron el mundo, a Aznar hay que agradecerle que vivamos en un mundo peor. No hay más que escuchar sus silencios para saber que no tiene la menor intención de expiar sus culpas. Lo más probable es, como él mismo diría, que ni siquiera esté trabajando en ello.

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