Argentina vuelve a ser llamada a las urnas. De forma obligatoria. Algo que en España no se acaba de comprender. El resultado de estas elecciones que determinarán quién será el nuevo presidente de la Nación -al cierre de esta edición aún se desconocía el recuento final- supone el final de una era, la kirchnerista doce años después de su acceso a la Casa Rosada. Pero no sólo eso, sino también la vuelta a escena de la oposición, tal como sostienen diversos analistas, y la necesidad de un giro en las políticas económicas.

Las experiencias de países vecinos dirigidos por gobiernos de izquierdas como Brasil o Venezuela presagian para Argentina un camino inevitable: la devaluación y la implantación de medidas más aperturistas a la exportación, que pasan, entre otra cosas, por la eliminación -gradual o inmediata- del llamado cepo cambiario, que impide a los argentinos disponer de la cantidad de dólares que deseen en cualquier momento que lo deseen.

Los sondeos indicaban a última hora de ayer, al igual que lo hicieron las últimas semanas, que por primera vez en la historia de la República se convocaría una segunda vuelta electoral (el 22 noviembre). Los argentinos votaban entre la propuesta comandada por Scioli, candidato del peronismo-Frente para la Victoria, en línea semicontinuista de Cristina Kirchner, y Mauricio Macri, líder de la coalición «Cambiemos», hasta ahora gobernador de la Ciudad de Buenos Aires, expresidente de Club Boca Juniors y de marcada tendencia derechista.

Lo cierto es que ayer fue el final de lo que unos denominan la «década ganada» y otros la «década perdida», de una época que volvió a dividir profundamente a la población en términos políticos y también de la expiración de una figura, la de Cristina.

De convertirse Scioli en el nuevo presidente de los argentinos no obtendrá mayoría absoluta ni podrá seguir a rajatabla las políticas sociales y económicas de su antecesora. Sea cual fuese el resultado, las grandes cuentas pendientes de la Argentina están ahí, a la vista de todos, de los que viven en el país y de los que no.

La pobreza continúa alcanzando a más de un cuarto de la población (hace tan sólo un mes un joven de 14 años moría de desnutrición y tuberculosis en la provincia del Chaco, una de las más pobres del país). Los «planes trabajar» -un subsidio a las clases más pobres- instaurados por el gobierno que acaba ahora mitigaron sólo en parte la desigualdad y fueron criticados duramente por una gran parte de la población que los consideró una pura estrategia populista para perpetuar a la presidenta en el poder.

Por otro lado, la inseguridad ciudadana es una constante a la que la población ya se ha acostumbrado y que normaliza como parte de su vida. Precisamente la inseguridad fue la razón por la que muchos se «escaparon» del país hace más de una década y a la que nadie encuentra solución. En los últimos años este drama social se ha sumado a la proliferación del narcotráfico en el país.

Cristina se va además dejando una inflación del 25%, que ha provocado que el acceso a la vivienda sea imposible para los más jóvenes, entre muchas otras dificultades.

Con promesas grandilocuentes y sin planes de ruta concretos los candidatos llegaban ayer a las urnas. Los argentinos saben que sus políticos mienten por sistema y votan a ciegas, esperando que salden de una vez éstas y muchas otras cuentas pendientes.