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Javier Llopis

La nueva Florencia

El Ayuntamiento de Alcoy debe crear por vía de urgencia una nueva área de gestión municipal, que podríamos definir con el alambicado nombre de «Concejalía para abrir edificios cerrados que han costado un dineral y que se están cayendo a trozos». Estaríamos ante un gran negociado transversal, cuyo único objetivo sería rescatar para el uso ciudadano una serie de infraestructuras que han supuesto importantes inversiones públicas y privadas y que están ahí, muertas de asco, a la espera de que algún alcalde valiente se decida a arremangarse y a insuflarles algo de vida. La lista es interminable y en ella hay de todo: asuntos enquistados en el tiempo, que vienen dando tumbos por los cajones desde hace décadas y también instalaciones recién estrenadas, que han muerto por algún misterioso accidente a los pocos meses de nacer. Ahí van unos cuantos ejemplos significativos: el Centre d´Art de la antigua CAM, el viejo colegio de las Paúlas del centro, la capilla del asilo de los Pobres, el Ecocentro de la Font Roja, la manzana de la fundición de Rodes, los nuevos juzgados del casco histórico, la rehabilitada fábrica de Els Solers en el Molinar, el castillo de Barxell, los chalés de la zona del santuario de la Font Roja o las decenas de inmuebles industriales vacíos condenados a la ruina. Un repaso a esta escalofriante relación nos permite llegar a una primera conclusión: si algún día, alguien consigue resucitar de golpe esta legión de ilustres cadáveres, Alcoy se convertiría de la noche a la mañana en una nueva Florencia, cuyos equipamientos serían envidiados en todo el mundo. Los espacios públicos, los complejos culturales y los centros museísticos florecerían entre nosotros en una espectacular primavera hasta convertirnos en una ciudad de referencia.

Aunque este planteamiento nos parezca delirante y falto de realismo, conviene recordar que todos estos proyectos fueron desarrollados (en todo o en parte) en su día, viéndose posteriormente cagados por esa puñetera moscarda, que parece empeñada en frustrar todas las iniciativas medianamente ambiciosas que pone en marcha esta ciudad. Hay un hecho innegable: si se hubieran cumplido los calendarios y las intenciones de sus respectivos promotores, todas estas infraestructuras estarían actualmente en funcionamiento; desde la gran biblioteca general de las Paúlas al auditorio de Rodes, pasando por unas cuantas salas de exposición de todos los tamaños y de todos los colores.

Las crónicas de los naufragios de estas iniciativas componen una historia triste en la que aparecen reflejadas todas las miserias de la condición humana. Disputas políticas, crisis económicas, endiablados conflictos burocráticos, incompetencias patológicas y cabezonerías personales han ido acogotando una tras a otra una serie de actuaciones ilusionantes pensadas (y pagadas) para mejorar la calidad de vida de los alcoyanos y para potenciar la imagen exterior de esta ciudad. Establecer las responsabilidades de este cúmulo de fracasos es una tarea muy complicada, ya que las administraciones locales se echan las culpas unas a otras, confiando en que el paso del tiempo haya borrado todas las huellas del lugar del crimen hasta hacer imposible la identificación del verdadero asesino.

Estamos ante un deprimente catálogo de sueños rotos, cuya reducción debería ser el objetivo prioritario de cualquier gobierno municipal con un mínimo de sensibilidad. Este inacabable memorial de cosas que pudieron haber sido y no fueron es una presencia constante y pesada en el ánimo colectivo de los alcoyanos, que a base de acumular decepciones hemos acabado por perder la fe ante cualquier novedad y por dudar sistemáticamente de cualquier idea que venga avalada por una administración pública.

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