Si nos preguntaran qué valor preferiríamos que los demás tuvieran hacia nosotros cuando vivimos en familia, trabajamos en grupo o nos relacionamos con los demás en el trabajo y en la vida diaria a buen seguro que optaríamos por el de la lealtad. Sí, ese valor o virtud que hace que tu entorno familiar, laboral o de amistades te sea fiel y respetuoso, que no te fallen cuando lo necesitas y que esté contigo a las buenas y a las malas. Aunque estar a las buenas siempre es sencillo, pero muchas personas no cumplen ese deber de fidelidad o lealtad cuando los que siempre ha tenido cerca no están todo lo bien que sería deseable y precisan del apoyo de su entorno, que, al fin y al cabo, es el que nunca debe fallar. Un entorno que en la familia casi nunca te falla, pero que en el trabajo o en las relaciones sociales en muchas ocasiones no lo es tanto y se deja llevar muchas veces por intereses personales más que velar por ese «deber» de no fallar a tu compañero o amigo.

Sobre la lealtad y esa obligación natural que existe entre las personas próximas en las relaciones personales se ha escrito mucho, pero, quizás más sobre la deslealtad o la traición como contrapunto a aquella virtud y como fracaso de esta. Se ha dicho que la lealtad es un valor que básicamente consiste en no dar la espalda a determinada persona o grupo social a los que estás unido por lazos de amistad o por alguna relación social, es decir, el cumplimiento de honor y gratitud. Y, por ello, la lealtad está más apegada a la relación en grupo. Pero se puede ser leal y desleal a una sola persona, porque cuando confías en alguien nadie espera que esa relación interpersonal quede alterada por la traición que se da cuando a la hora de decidir entre los intereses personales y los de la persona a la que se debe ser leal se hace primar aquellos frente a estos.

Pero el daño real que se provoca con la deslealtad del cercano es, si cabe, más grande que el que causa el ataque directo de alguien que no está en el círculo de ese entorno, porque, aunque lo normal es que las personas no tuvieran una actitud de ataque a otras, no se espera un respeto de quien no te conoce, y este ataque hace menos daño del que te causa de quien solo esperas ayuda y que te apoyen siempre. Porque la deslealtad del cercano es el ataque de lo «inesperado», y bajo este prisma supone abrir una herida fácil por la desprotección personal que se tiene hacia quien solo esperas ayuda y no traición. De los que no conoces puedes, quizás, esperártelo todo, porque el mundo impersonal en el que vivimos hace que nada lo veamos ya por sorpresa cuando de ataques se trata. Pero de tu entorno no esperas nunca ataques, sino ayuda. Por eso es más dañino y es más sencillo atacar a quien debes ser leal por lo inesperado de esa conducta o reacción.

Sobre la virtud de la lealtad se ha escrito mucho. Y de traiciones estamos hartos de verlas todos los días en esferas políticas, sociales y personales. Josiah Royce en su libro The Philosophy of Loyalty («La filosofía de la lealtad») publicado en 1908 sostiene que la lealtad es una virtud, una virtud primaria, «el centro de todas las virtudes, el deber central entre todos los deberes». Royce presenta la lealtad, a la cual define con gran detalle, como el principio moral básico del cual se derivan todos los otros principios. Y tiene toda la razón, porque la lealtad es «la devoción consciente y práctica y amplia de una persona a una causa o a otra persona». Pero si se traiciona a una causa el daño es colectivo, cuando la lealtad se tiene a un grupo de personas o a un objetivo social o político. Pero cuando la traición es personal es un ataque directo a aquella persona con la que tienes un vínculo directo, y, por ello, el daño es más profundo, porque el ataque al grupo se dispersa en el daño colectivo, pero el ataque a la persona por quien tiene un deber de fidelidad supone la violación de un compromiso expreso o tácito, y por inesperado es demoledor y despiadado. Desgraciadamente por ello la lealtad es una virtud que escasea en nuestros tiempos y en muchos órdenes de la vida vemos traiciones a quienes tendríamos que dar fidelidad y respeto, pero la evolución de la sociedad hacia lo contrario a los valores en lugar de hacerlo hacia la búsqueda de los principios es lo que desencadena las crisis sociales, políticas y económicas, y los enfrentamientos por alcanzar el poder en la política, o triunfos en lo laboral, o deseos en lo personal por encima de quien debemos respeto. En esta situación si queremos mejorar la sociedad todo parte por abrir el debate por la recuperación de los principios y valores hacia los demás más que por muchos objetivos materiales que no tienen significado alguno si los valores no se respetan.