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Bartolomé Pérez Gálvez

La demagogia del copago

Después del éxito obtenido en las autonómicas catalanas, Ciudadanos promete ser la estrella de la próximas generales. Son audaces en las iniciativas que plantean y no cuentan con el lastre de un pasado corrupto. Pecan, sin embargo, de ser un tanto descuidados gestionando algunos de sus deslices programáticos y ahí se les nota la inexperiencia. La que han liado con sus propuestas de copago sanitario es un ejemplo más de esta bisoñez, que más les vale ir abandonando a la carrera.

Ya la montaron en abril proponiendo bajar el IVA cultural e incrementando el que se aplica a los productos básicos. La idea favorecía un acercamiento a determinados grupos de presión social, pero los impuestos son vasos comunicantes y resulta imposible beneficiar a unos sin acabar afectando al resto. Bien está rebajar los impuestos que se aplican a la cultura, siempre que ello no implique subir los de los medicamentos o la alimentación. Al final, parece que aparcaron el asunto, cuando menos temporalmente.

Toca ahora la sanidad y la educación, servicios públicos que destacan en demanda y prioridad. Esta semana era Francisco de la Torre -número dos de Ciudadanos en la lista al Congreso por Madrid- quien caía en un error similar. Se limitaba a corroborar una propuesta del programa con el que se presentaron a las últimas elecciones catalanas, que propone que las comunidades autónomas puedan incrementar los servicios de tipo sanitario o educativo, más allá de lo obligado. Ahora bien, siempre que sea con cargo a sus propios presupuestos. Por ello plantean crear mecanismos de copago para estas nuevas prestaciones; nunca para las ya existentes, que continuarían siendo gratuitas. Siendo lógico que este coste extraordinario no deba ser reclamado al gobierno central, parece coherente dotar a los autonómicos de los medios adecuados para poder sufragarlos ¿Tan extraña o insolidaria es la propuesta? En absoluto.

El economista de cabecera de este partido, Luis Garicano, ha intentado explicar la mala interpretación de la propuesta. Por mucho que se esfuerce, será difícil hacer olvidar el titular de que «Ciudadanos propone copagos en la sanidad y la educación». Lo dicho, bisoños y todavía sin tablas para fajarse en un ámbito tan carroñero como el político. A partir de ahí es muy fácil aplicar el principio que caracteriza a la propaganda canalla, aquello de que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. Pues bien, no veo dónde puñetas está el copago de servicios porque no hay documento o declaración alguna que apunte en esa dirección. Y si exigir que cada uno pague sus extras merece la crítica desaforada, por mal camino vamos. Más aún cuando se plantea dotar de instrumentos para que, quien desee actuar así, lo haga sin dañar el interés común.

Si unos siguen a Goebbels, los otros ya podrían ir aplicándose la doctrina de Maquiavelo. Mucho tendrán que entrenar los Rivera y compañía para conseguir parar los golpes, si mantienen estos torpes movimientos. Desde el 27-S se han convertido en el enemigo a batir. Que el jefe se fajara bien ante Pablo Iglesias, ganándole con cierta holgura en su duelo televisivo, no supone que su equipo esté a la misma altura ni de lejos. Sería de agradecer mayor orden en las ideas y sobrada habilidad para transmitirlas a los ciudadanos.

A cuenta del copago sanitario, los dos partidos mayoritarios se les han lanzado a la yugular. Los populares sacan a la palestra al ministro Alfonso Alonso. Con un par, el buen mozo se descuelga contra ese supuesto copago -del que, insisto, no existe prueba alguna-, afirmando que nos llevaría a «una sanidad para los pobres y otra para los ricos». En el PSOE también se escandalizan y es su propio líder, Pedro Sánchez, quien declara que las propuestas de Ciudadanos conllevan más recortes y más desigualdad. Como si la realidad no fuera ya ésta.

Llama la atención este alarde de amnesia selectiva o desvergüenza pre-electoral, según prefieran. Populares y socialistas nos han regalado «medicamentazos» y copagos a doquier. Los dos últimos ministros de Sanidad de la época de Felipe González, fueron los artífices de que más de 700 fármacos dejaran de ser financiados con fondos públicos. Este primer gran recorte sanitario fue la herencia envenenada que Ángeles Amador recogió en 1993 de su predecesor, José Antonio Griñán. Eso sí, realmente se trató más de un «paga tú, que yo no quiero» que de un copago sensu stricto.

Cinco años después, y ya con Aznar en La Moncloa, Romay aportó su granito de arena con un segundo recorte. Y, acabamos -por el momento- con el último tajo a la lista de medicamentos financiados que hizo Ana Mato hace un par de años. Por si fuera poco, este tijeretazo vino acompañado de otra dura medida: la desaparición de la gratuidad de los medicamentos prescritos a los jubilados. En consecuencia, ni unos ni otros pueden revestirse de ninguna autoridad moral para criticar cualquier tipo de copago.

Puestos a recordar, también fue un gobierno socialista el que introdujo las primeras fórmulas de eso que llaman «colaboración público-privada» en el Sistema Nacional de Salud. Para ello nacieron los conciertos con clínicas privadas y los planes de choque. Medidas inicialmente vendidas como coyunturales y que, décadas más tarde, han confirmado su naturaleza estructural. De hecho, la defensa de este modelo sigue constando en los programas electorales más recientes de los socialistas, coincidiendo plenamente con los planteamientos programáticos del PP. Y es que hay cosas que no cambian.

Con todo, una asistencia sanitaria universal y gratuita no es incompatible con el pago directo, por parte de los usuarios, de servicios no estrictamente sanitarios. Tal es el miedo a la respuesta demagógica que, en esto de la Sanidad, nos la cogemos con papel de fumar. Preferimos aceptar que el sistema no es sostenible antes que tener el valor de llamar a las cosas por su nombre. Sigo sin entender por qué demonios algunas prestaciones no sanitarias continúan siendo gratis en un hospital. O la permisividad ante la ausencia injustificada a una consulta previamente concertada, un coste que debería repercutir sobre quien lo genera ¿Qué no ahorraríamos mucho? Toda piedra hace pared y, por otra parte, va siendo hora de que nos eduquemos en un correcto uso de un servicio público tan esencial como es la atención a la salud.

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