En estos días se ha debatido, y aun se hace, tanto «la salud» del euro como moneda y principal emblema de la Unión Monetaria (Stiglitz, Krugman), como la posibilidad de que el (previsto) déficit del Estado en España se ajuste o difiera al presentado por el Gobierno español ante la comisión europea para su análisis e informe (Moscovici, Schäuble). En este último punto, la discrepancia entre déficit anunciado por el Gobierno español y el estimado por la Comisión es de apenas una o dos décimas del PIB para este año (y de medio punto para el siguiente), que en términos cuantitativos supone aproximadamente una diferencia de 2.000 millones de euros, lo que primero es imperceptible y no justifica tan intenso debate, y segundo debería alegrar a los que creen que el ajuste pedido es innecesariamente restrictivo. Es evidente de que no hay tal alegría y que el debate es tan intenso porque tanto en el primer caso, el euro, como en el segundo, las décimas de posible discrepancia, lo que se está debatiendo es mucho más importante en el fondo.

Lo que se debate respecto del euro es un problema teórico crucial. ¿Es la UME un área monetaria óptima? Si no lo es, ¿no sería mejor para algunos países abandonar el euro y volver a sus propias monedas, lo que les daría la posibilidad de gestionar su propia política monetaria, si aceptan que el valor de las mismas lo determine el mercado? Yo no creo en casualidades, y el furibundo ataque de economistas como Krugman y otros hacia la UME, siempre ha tenido un trasfondo oculto. La realidad es que el euro era y es una moneda internacional que compite con el dólar como divisa de reserva y por tanto genera una demanda de los países que mantienen o bien tipos de cambio fijos o bien un cierto control sobre la fluctuación de sus propias monedas. Los activos denominados en una moneda, que se utiliza como reserva internacional, al tener una mayor demanda lleva a que la rentabilidad que tienen que pagar disminuya, el tipo de interés vamos. Estados Unidos se encontraba a comienzos de esta crisis con un déficit superior al 10% de su PIB y una deuda del 100% del mismo. Es decir que dado que su PIB era de 13 billones de dólares, y dado que aproximadamente un 20% de la deuda se renueva cada año (amortización de activos), las necesidades de emisión de este país eran de unos 400.000 millones de dólares cada año. Pese a los enormes desequilibrios y riesgos de esa economía, ese país ha podido financiarse a tipos casi nulos merced a las políticas expansivas de la Reserva Federal y a que ha seguido siendo una moneda refugio. En parte por los problemas del euro. Si Estados Unidos se hubiera financiado a tipos del 3 al 5 por ciento, habría entrado en «default». Estuvo a punto pero al final la administración Obama pudo sortear esa crisis. Porque el problema como nos decían estos economistas era el euro. De forma similar los políticos y economistas alemanes han logrado que el bono alemán llegue a pagar tipos negativos (cobran por financiarse) «porque» el problema de la UME eran los PIGS. Baste decir que antes de la crisis actual el bono alemán proporcionaba una rentabilidad en torno al 3% y el español tenía una prima de riesgo cercana a cero, mientras que durante la crisis ha llegado a ser del 6%. Alemania que partía con una deuda del 80% de su PIB va a tener este año un superávit del sector público (sin apenas crecimiento) y va a reducir dicho ratio de deuda en varios puntos porcentuales. Pero para que los inversores acudieran al bono alemán a tipos negativos era fundamental crear un estado de pánico sobre los bonos de otros países de la UME.

Algo similar sucede hoy por hoy con los controvertidos datos del déficit español. Lo que se discute es si el alumno aplicado de las políticas de austeridad ha tenido éxito o no. Esta es una historia tan falsa como la anterior, porque en realidad nunca se tuvo la posibilidad de aplicar otras políticas tras la crisis de la deuda pública del 2010. Y esto está conectado con el debate de «si la UME es una verdadera área monetaria óptima».

Recordemos que el problema de la economía española en esta crisis fue la falta de competitividad de la misma frente al exterior, que no podía resolverse ya mediante devaluaciones de la moneda. Este es el principal problema de las uniones monetarias, que no existe un mecanismo para ajustar las pérdidas de competitividad entre países que no sea mediante la movilidad de los factores o devaluaciones internas. España había alcanzado más del 10% de déficit en su sector exterior en el año 2008, es decir que cada año nos endeudábamos frente al resto del mundo por una cantidad próxima a los 100.000 millones de euros. El crecimiento de la deuda externa era insostenible. En estas circunstancias y para recuperar dicha competitividad internacional (nuestra tasa de inflación debe ser menor que la de nuestros competidores durante varios períodos) y en ausencia de moneda propia (devaluación) solo hay dos posibilidades. La primera es una reducción de nuestros precios en relación a los internacionales. Esto requeriría de una reducción de los costes laborales unitarios frente al exterior. Es lo que se conoce como devaluación interna. Para lograr esto solo hay dos caminos: caídas de demanda y por tanto de precios, lo que llevará a las empresas a pedir reducciones de costes laborales, que de no realizarse con rapidez, hará caer el empleo, lo que agravará la caída de demanda entrando así en un círculo vicioso de difícil salida. Lamentablemente es lo que suele suceder en España. El otro camino es un acuerdo trabajadores-empresas «a lo alemán» que permita reducciones de salarios y precios simultáneos para mantener el empleo (y la capacidad adquisitiva) y esperar que esa mejora competitiva estimule el sector exterior que tire de la economía. El modelo alemán y japonés.

La otra posibilidad de recuperar nuestra competitividad perdida es que la tasa de inflación de nuestros competidores aumente, es decir que se produzca un aumento de los precios de los bienes y servicios que producen. Pero eso solo puede suceder porque estimulen su demanda, y por tanto el empleo de forma que las empresas aumenten precios (y salarios) lo que aumentará la demanda hacia otros países. Lamentablemente cada vez que se sugiere esta política por parte de nuestros responsables políticos (y algunos economistas que siempre se les ocurre como política económica utilizar instrumentos que no están a nuestra disposición) los alemanes y otros países miran hacia otro lado. Simplemente no les convence darse un tiro en el pie para que nosotros, cojeando, les alcancemos. Apelar a que una solución de nuestra crisis es que los otros países estimulen su demanda es un brindis al sol propio de «expertos» que en realidad no quieren enfrentarse al verdadero problema.

Solo teníamos una salida y era la del ajuste de nuestros precios. Hemos elegido la peor vía, la devaluación interna a través de la recesión por no ser capaces de negociar caídas de precios y salarios, y hemos necesitado varios años para que el sector exterior tire de la economía, creando empleo y estimulando posteriormente el consumo y ahora la inversión, para dar tiempo a que el déficit público se ajuste. El ajuste ha sido severo pero desde el año 2014 la economía crece, y este año 2015 con intensidad. La mayor confianza en la misma está reduciendo intensamente los intereses de la deuda lo que empieza a dar holgura para que la política fiscal sea más discrecional. La vía adecuada hubiera sido que en Europa se hubiera estimulado, por un Gobierno central (que no hay), una política fiscal contra-cíclica en aquellos países en los que el desempleo aumentaba más rápidamente. O eso o bien la movilidad del factor trabajo hacia las zonas menos deprimidas que aliviase el desempleo. Eso es lo que constituye un área monetaria óptima y no lo éramos. Ninguna de esos elementos aparecieron con suficiente intensidad y este país se ha enfrentado a la crisis con esfuerzo y sacrificio y estamos recuperándonos una vez más (como en los ochenta y en 1995). Pero la crispación y lucha política cainita que tanto disfrutamos nos lleva a que discutamos y pongamos en duda hasta nuestros logros. Hay supuestos economistas objetivos (sic) que empezaron negando la recuperación, luego afirmaron que no iba a durar, posteriormente que aunque se crecía, eso era la macro pero que no llegaba a todos, luego que aunque se ha creado empleo es de poca calidad, ahora que el objetivo de déficit no se va a cumplir y así hasta la náusea, porque realmente lo que menos interesa es el debate sereno y aportar soluciones. A este país no le va el acuerdo y la negociación y si la crispación y el enfrentamiento, y así seguimos. Con muchos menos problemas los alemanes han formado un Gobierno de coalición. Pero nosotros no necesitamos que nos pongan zancadillas para eso nos bastamos solos. Y de esta debilidad se aprovechan los «sinvergüenzas» nacionalistas (Samuel Johnson dixit).