Si antes teníamos un problema con los partidos racistas, ahora son miles de ciudadanos «normales» los que manifiestan actitudes claramente xenófobas. Tenemos miedo al musulmán y a sus mezquitas y ese miedo ahora se ha agudizado con tantos miles de asilados que se agolpan a nuestras puertas pidiendo vivir con un poco de humanidad.

La xenofobia es el rechazo a otras identidades diferentes por miedo a la invasión cultural. Es el miedo al extranjero (xénos, extranjero y phóbos, miedo), a lo que no conozco bien pero amenaza con trastocarme mi identidad y mi forma de vida. El racismo es más una doctrina excluyente de rechazo y desprecio hacia las personas que pertenecen a una etnia distinta de la propia, aunque no amenacen mi modus vivendi. También se pueden ser las dos cosas pero son diferentes. Uno puede ser xenófobo porque las olas de exilados le llegan a las puertas de su país pero de lo contrario, no sentiría rechazo y menos aún odio contra esos pueblos. Y yo puedo ser racista con los gitanos -es un suponer- aunque el último gitano que he visto fue hace tiempo por la tele.

La xenofobia es una reacción contra el miedo; el racismo es un sentimiento de superioridad beligerante y de rechazo más grave que la xenofobia. Hasta ahora, los movimientos nazis que van en aumento en la Unión Europea son claramente racistas. La «señora» Le Pen y su partido son ambas cosas.

Recuerdo que hace unos años (1993), el politólogo Samuel Huntigton se hizo conocido por sus tesis acerca de los conflictos sociales futuros publicando el artículo ¿El choque de civilizaciones?, que lo convirtió en 1996 en un libro igual de influyente en torno a las múltiples civilizaciones en conflicto. Fue una manera encubierta de hacer legítima la agresión hacia los países del tercer mundo por parte de un Occidente liderado por los Estados Unidos, con el objeto de impedir que las regiones en vías de desarrollo alcancen el nivel económico de los países ricos. Huntigton se manifestó más claramente xenófobo cuando en 2014 publicó otro libro sobre la posible amenaza que constituye la inmigración latinoamericana que, según el autor, podría «dividir los Estados Unidos en dos pueblos, dos culturas y dos lenguajes».

El problema del xenófobo es que lo es a tiempo parcial: solo cuando se siente amenazado por otra cultura y nunca cuando su cultura es la que amenaza a otros pueblos; cuando son «los suyos» quienes practican la teoría de la asimilación e incluso la laminación de identidades, lenguas, etcétera, no son xenófobos. Entonces recurren a la sana globalización, al proyecto común y cosas así para justificarse. Huntigton levantó muchas ampollas con sus veladas propuestas de pretender un choque de civilizaciones desde el lado ganador, claro, y ahora convivimos con muchos huntigtones que desearían algo parecido ante el cataclismo humanitario que tenemos a la puerta de casa. Si no estuvieran los exilados agolpándose en nuestras fronteras, nadie mostraría conductas xenófobas, ni siquiera monseñor Cañizares (qué cruz de hombre). Creo que nos hurtan el debate del porqué llegan semejantes oleadas desde los pogromos y guerras, y no seré yo quien soslaye el debate de nuestro nivel personal de xenofobia.