La fiesta se acaba, o al menos eso dicen, el próximo 20-D. A partir de ese día habrá que ir desempolvando los trajes de faena, arremangarnos y doblar el espinazo para intentar enderezar el rumbo que bastante torcido esta, desde que un 24-M se prendió la mecha a esa «gran traca» primaveral.

El recorrido pirotécnico ha estado salpicado de fiestas, ferias, celebraciones, conmemoraciones y muchos juegos florales, buenos propósitos y muchas marchas atrás. Los coheteros, petarderos, carretilleros y mascleteros habrán disfrutado, no como los bomberos, quienes con pocos medios y con las mangueras pisadas, han tenido que hacer frente a todos los conatos de incendios surgidos en el itinerario.

Los sones de las dolçainas i tabalets y los bailes de los nanos i gegants habrá que dejarlos para la próxima primavera. Es hora de trabajar y, en definitiva, de aislar a los pirómanos y de proteger a los sembradores de futuro, para que den luz y esperanza a los millones de parados; a los miles y miles de jóvenes, entre 18 y 30 años, desanimados, aburridos y frustrados; a las miles de familias aisladas y abandonadas en el túnel de la dependencia; a los miles de enfermos que esperan tratamiento y a los niños y niñas que esperan una educación con perspectivas de futuro.

La historia se repite. Esto cada vez más se parece al Circo de Roma, donde el emperador de turno ofrecía a la plebe los típicos juegos, que duraban meses y meses, para hacerles olvidar sus penurias y calamidades.