El PSOE, un partido constitucionalista donde los haya con un protagonismo fundamental y básico en la redacción de la Carta Magna y con un Alfonso Guerra que junto a Fernando Abril Martorel cerraron con hilos de acero todas las fisuras más resistentes, hicieron posible, por fin y por primera vez, con todos los partidos elegidos, redactar línea a línea, palabra a palabra, artículo a artículo la que sería llamada la Constitución de la Concordia que llevó la esperanza y el entusiasmo a un pueblo que la aceptó e hizo suya en referéndum, lanza, como bandera de la izquierda, a la que sin duda se unirán otras más radicales, un avance del que será su programa a realizar, si gana las elecciones generales: suprimir de la enseñanza reglada oficial la religión, tanto en colegios/escuelas públicos como privados. Es conocida mi amistad y simpatía por muchos de los socialistas de la transición y, sobre todo, mi admiración por su innegable protagonismo en esa tarea de acabar para siempre con las dos Españas.

Es como si los nuevos dirigentes de esa izquierda moderada y necesaria hubiesen olvidado que esa misma Constitución Española proclama en su artículo 27, apartado 1 que: «Todos tienen el derecho a la educación. Se reconoce la libertad de enseñanza», y en su apartado 3 que «los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones». Y que en su artículo 16, después de proclamar la libertad religiosa en su apartado 3 ordena que: «Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones».

Como a Julián Marías «me inquieta profundamente la propensión a renunciar al ejercicio de la libertad tan pronto como es amenazada o restringida». Y pienso como él porque «cuando se produce una restricción de libertad en cualquier punto, o una amenaza, o una presión más o menos disimulada, o una descalificación, hay que apresurarse a ejercer la libertad en todo, y no sólo en ese punto afectado».

El Partido Popular, como tal, no estuvo en esa ilusionante tarea constitucionalista. Sí lo estuvo Alianza Popular. Cuando se refunda y nace, lo hace con la inestimable aportación de nuestras banderas, militancia e identidad ideológica democristiana del PDP, que fundamos parlamentarios de la UCD. En los estatutos del nuevo partido se incluirá la defensa de la ética y el humanismo cristiano. Y el PP pasa a integrarse en la Internacional Democristiana y a formar parte del grupo popular del Parlamento Europeo. Hoy es, posiblemente, el ideario político democristiano el más compartido en la Unión Europea. Cierto que el nuevo partido refundado recibe la aportación de nuestras vivencias y experiencias y hasta nuestros cansancios, no pocas veces se alejó y retornó a nuestros valores defendidos. Hoy, más que nunca, debe de retomar esa defensa del humanismo cristiano y, por tanto, de los valores inmutables de la honestidad, solidaridad, dignidad, y ser paladín de la defensa de las libertades. Esa defensa depende de nosotros mismos. Y para ello debemos de apoyarnos en nuestra propia capacidad para identificarnos con las necesidades y aspiraciones del pueblo, basarnos en nuestra propia capacidad como primer factor. Tenemos que recuperar nuestra imagen humanista. Nosotros creemos que no se puede olvidar tampoco la gran aportación de la doctrina social de la Iglesia, en estos momentos de dificultades a los más necesitados. El Papa Francisco viene gritando al mundo entero, dentro y fuera de la Iglesia, en núcleos pequeños de oyentes o en las grandes organizaciones de países de todo el mundo, la necesidad de amar al prójimo sufriente y silente. La Cruz, sin duda alguna, es el símbolo de la libertad. Y de la democracia, que no es otra cosa que el respeto a las ideas y creencias y a la dignidad de las personas.

No, queridos compañeros, en la lucha por instaurar el Estado de Derecho, la libertad y la paz para siempre en España, no sirve de nada prohibir la religión en la educación de nuestros niños, porque ocurrirá -como en la conocida fábula de aquella pareja de cangrejos que quisieron enseñar a sus hijos a andar para delante como los demás animales hacían y no se conoce, a pesar de ello, ninguno que ande hacia delante- nuestro pueblo, nuestra gente, aunque se suprima la religión en su enseñanza, seguirá celebrando su Semana Santa, llorando con su Virgen, acudiendo a sus romerías o al camino de Santiago y a celebrar en familia sus tradiciones ínsitas en sus corazones y en sus genes. Yo, como todos, no renuncio a mi parcela de libertad.