Los partidos políticos tradicionales, fundamentalmente PP y PSOE, han perdido toda credibilidad y se muestran incapaces de ofrecer las reformas que España necesita para salir de su crisis. El bipartidismo actual ya no es un modelo que aporte estabilidad y urge, por tanto, que ejerzan la gobernabilidad nuevos partidos con nuevas formas de ejercer la política si queremos profundizar en la democracia, salvaguardar nuestro Estado de Bienestar y consolidar una España plural y unida.

El Partido Popular y el Partido Socialista se han alternado prácticamente en el poder desde la transición a la democracia en mil novecientos setenta y ocho, es decir, prácticamente durante cuatro décadas, lo mismo que la dictadura franquista (UCD fue el embrión de donde surgió el Partido Popular). En todo este tiempo, estas dos fuerzas políticas se han esforzado, y justo es reconocerlo, en establecer y consolidar un régimen de derechos y libertades pero que en el transcurso de los años ha degenerado en un régimen de déspotas, que no ha hecho más que aumentar imperfecciones y defectos que tienen mucho que ver con la vertebración territorial y con la impunidad con la que una clase que ha devenido endogámica, saquea y expolia a través de la corrupción política y económica los recursos nacionales. Las consecuencias de todo ello son insolidaridad entre las diferentes regiones y un aumento de las desigualdades sociales.

Una ciudadanía crítica, bien informada a través de los medios de comunicación y con cada vez mayor conciencia de lo que está en juego, se muestra indignada y dispuesta a manifestarse para que el ejercicio de la cosa pública en este país vuelva a ser una cosa noble ejercida desde la ética y la transparencia en sus principales actores, los partidos políticos, desterrando de esta forma lo infame de la política.

Esa misma ciudadanía está aupando fuerzas emergentes que intentan ser alternativa de gobierno de forma democrática y mediante un proceso a través de elecciones representativas, siendo Ciudadanos y su líder Albert Rivera buen ejemplo de ello. Pues bien, que lo consigan o no dependerá de la consistencia de su mensaje y de su poder de convencimiento sobre las reformas que pretenden hacer, y no tanto por ser azote de un bipartidismo corrupto al que poco a poco darán debida cuenta los ciudadanos en las urnas. Sin una refundación solvente y profunda, el cinismo que anida en las cúpulas dirigentes de ambos partidos y que trasladan a las nuevas generaciones en sus escuelas de pensamiento veraniego los abocarán irremediablemente a la irrelevancia política.

Las próximas elecciones del 20-D significarán un antes y un después al modelo bipartidista que hemos conocido hasta ahora a pesar de intentar trasladar una imagen de cambio en el que ya nadie cree. La desfachatez con la que siguen actuando no parece tener límites con tal de conseguir y mantener los privilegios que son causa de los males actuales de España. La impunidad de la que parecen investidos, su nepotismo, la falta de democracia interna y, sobre todo, esa hipocresía insoportable que les hace afirmar una cosa y la contraria sin ruborizarse apenas, han logrado hastiar a una mayoría de ciudadanos que exigen comportamiento honesto y decente a sus representantes políticos.

La gente confía en que las próximas elecciones se conviertan en el principio del fin de estos dos partidos y que las nuevas formaciones que emergen tengan un papel relevante en la España del futuro. Es de esperar mantengan la solidez necesaria para llevar a cabo las reformas institucionales que acaben con la crisis política y económica que padecemos y no meras ocurrencias asamblearias. Una crisis que tiene que ver con la vertebración territorial del Estado y con la redistribución de sus recursos, lo que lleva a provocar insolidaridad y desigualdad entre los españoles. En unos casos por aportar más de lo que muchos entienden como justo, lo que les hace obligado intentar independizarse del Estado español y solicitar uno propio, en otros por recibir menos de lo que piden, sea justo o no, y por tanto exigiendo a los demás lo que no está escrito en los papeles.

La crisis política que padece España es institucional. La crisis económica lo es por la ineficiencia en la que se emplean los recursos públicos. En ambos casos no cabe otra que reformas de calado que no deben ni pueden implementar aquellos que son la causa de su deterioro e ineficacia. No desde lo infame de la política y sí desde la ética y la regeneración democrática. Es el cambio que necesita España.