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Javier Llopis

Con el agua al cuello

Javier Llopis

¡Que cunda el pánico!

La cita electoral del próximo 20 de diciembre les ofrece a los electores una novedad histórica: por primera vez en treinta años (desde los lejanos tiempos de la UCD y de la AP de Fraga), la derecha española se presenta dividida a unas elecciones generales. El espectacular crecimiento de Ciudadanos, en el que coinciden todas las encuestas, supone la aparición de una alternativa sólida a un PP que llevaba más de tres décadas recogiendo el voto conservador de forma automática y con la tranquilidad que da el hecho de no tener competencia. Las divisiones internas han dejado de ser patrimonio exclusivo de la izquierda y han empezado a hacer mella en el monolítico bloque de los votantes de centro derecha, anulando una ventaja añadida con la que el Partido Popular concurría a todos los comicios. Estamos ante un imprevisible movimiento del mapa político español, que puede hacer que un partido que gobierna desde una cómoda mayoría absoluta acabe estrellándose traumáticamente en los duros bancos de la oposición.

El crecimiento de las expectativas de Ciudadanos es un «mérito» que hay que atribuir en exclusiva a la torpeza del Gobierno de Mariano Rajoy. Si Podemos se alimentó de las contradicciones del PSOE, las gentes de Albert Rivera se han convertido en los nuevos árbitros de la política nacional a la sombra de un PP que se ha mostrado incapaz de conectar con una sociedad desorientada y aterrorizada por la recesión económica, por la corrupción institucional y por el agotamiento del modelo político creado durante la Transición.

Haciendo gala de una insólita habilidad política, Ciudadanos se ha construido un discurso diseñado a la medida de los acontecimientos con el que intenta llenar los inmensos vacíos dejados por el Partido Popular, hasta convertirse en lo que muy acertadamente se ha bautizado como «un Podemos de derechas». La falta de sensibilidad social ante la crisis, la tibieza mostrada ante los escándalos de corrupción o la inoperancia ante el proceso independentista catalán son algunos de los huecos por los que se ha ido colando Albert Rivera, hasta conseguir captar el apoyo de amplios sectores del electorado conservador a los que les ha ofrecido un canal atractivo para expresar en las urnas su decepción y su fuerte malestar con su partido de toda la vida.

Si el PSOE reaccionó a la irrupción de Pablo Iglesias introduciendo cambios en su mensaje político y en sus métodos de funcionamiento interno, el PP se ha quedado atenazado por el pánico tras la llegada de Albert Rivera y contempla con estupor cómo el joven político catalán se consolida como una de las figuras emergentes de la nueva política española y le come el terreno a Rajoy en cada nueva encuesta electoral. Ante el vendaval desatado por Ciudadanos, los populares siguen actuando como una estructura burocratizada y haciendo gala de una total falta de reflejos políticos. La impertérrita imagen de un Mariano Rajoy satisfecho tras su «victoria» sobre la crisis económica resume perfectamente este estado de ánimo producto de una patológica desconexión con la realidad.

La incapacidad del PP para entender este nuevo escenario ha alcanzado su máxima expresión en la Comunitat Valenciana. La presidenta popular, Isabel Bonig, ha acusado a Ciudadanos de ser una especie de agrupación de desechos de tienta del PP y sólo le ha faltado preguntarles a los votantes «¿para qué van a votar a la copia, si pueden votar al original?». El análisis riguroso se ve sustituido por un violento ataque frontal, en una actitud que denota la impotencia y el terror ante la posibilidad real de que se produzca un sorpasso en el secular escalafón de la derecha valenciana.

Mientras tanto, la izquierda se frota las manos contemplando cómo el conservadurismo se toma unas cuantas cucharadas soperas de la amarga medicina de la división y del conflicto interno. Las elecciones navideñas de Mariano Rajoy se acercan en medio de un paisaje político lleno de incertidumbres y de insinuaciones de sorpresas.

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