Mirándose el ombligo, los partidos han conseguido situarse en el primer plano privativo de la actualidad preelectoral. No lo han hecho con sus propuestas de actuación ni explicándoles a los españoles las soluciones que manejan para sus problemas, pero sí con las expectativas de alianza que ofrece de antemano la fragmentación política. De modo que el primer interrogante que se abre a partir del 20D no es cómo puede salir España adelante, sino simplemente si este país va a ser gobernable o se convertirá en los próximos años en un epítome de la vida pública italiana de las últimas décadas. Los partidos han conseguido, además, transmitir su esclerosis; de otra forma no se entendería que el debate nacional lo capitalice si Ciudadanos gira a la izquierda o a la derecha, u ocupe los editoriales el controvertido fichaje de Irene Lozano por el PSOE.

Interpretar a los partidos significa entender razones exclusivamente sectarias que ya ni se preocupan de ocultar. El principal desvelo del PP, por ejemplo, después de cuatro años de permanencia desahogada en el poder, es cómo cuadrar las candidaturas y el reparto de las canonjías cuando las previsiones proyectan hasta una pérdida de 50 escaños. Que José María Aznar haya saltado al ruedo, que los barones mantengan en alto sus espadas, el nerviosismo en general, tienen que ver con que la tarta ya no va a ser igual de grande. Del mismo modo que en las expectativas socialistas, menguadas por la fragmentación en la izquierda, la presencia en los puestos altos de la lista de una advenediza como Lozano produce rechazo.

Esto es lo que realmente inquieta, por eso cuando un ministro dice «¡silencio, operamos!», refiriéndose a los problemas de España, nadie se lo cree del todo.

Profetas y oráculos. Los analistas adivinos de la política avistan un gobierno PSOE-Ciudadanos. Resulta obvio que es algo pronto para saber si esto va a ocurrir, sin embargo hay pistas en esa dirección que van sembrando los periódicos nacionales al mismo tiempo que avanza el otoño. Mientras Susana Díaz defiende públicamente el pacto con Albert Rivera poniendo a Andalucía como ejemplo de buen funcionamiento institucional, Podemos intenta por penúltima vez el sorpasso en la izquierda difundiendo el mensaje de que sólo aceptaría acuerdos con los socialistas en el caso de obtener mejor resultado que ellos en las elecciones generales del 20 de diciembre. También es pronto, naturalmente, para averiguarlo, pero no se descarta que las altas expectativas acaben por hundir al partido de Pablo Iglesias.

Todo eso se dice y se comenta La política nacional hace tiempo que se ha convertido en el terreno abonado de los profetas. Los partidos acuden al oráculo de los sondeos para decidir el siguiente paso y de, vez en cuando, se rilan con lo que observan, como las hojas. Pese a ello, los pronósticos de los expertos nunca son lo suficientemente fiables, aunque no nos percatamos hasta que ha pasado.

Ciudadanos y el PSOE parecen dirigirse a la entente cordial que facilita el decaimiento de Podemos. El PP está en el quirófano operando. Pero todo esto que se percibe puede no ser o suceder al revés. ¿Quién sabe? En 1933, Lloyd George, premier británico durante la Gran Guerra, ya retirado, se dedicaba a escribir sus memorias. Un periodista le preguntó si creía en un segundo conflicto bélico y respondió escuetamente: «No». Todavía no había terminado el reportero de frotarse las manos ante el titular, ni salido por la puerta, cuando le oyó decir al veterano político: «Le advierto que tampoco creía en ella en 1914». Conviene avisar.