Jordi Évole se anotó ayer un buen tanto (y van...) al juntar por primera vez a Pablo Iglesias y Albert Rivera en una cafetería de uno de los barrios más modestos de Barcelona. La buena promoción previa que hizo la cadena y el evidente gancho que tenía la convocatoria consiguió congregar a más de cinco millones de espectadores, consiguiendo un espectacular 25% de audiencia, batiendo su récord de telespectadores.

Aunque pronto se vio quién y porqué está adelante en las encuestas: si se hubiera hecho un sondeo para ver quién ganó el debate del domingo, estaría bastante claro que el líder de Ciudadanos arreó una buena paliza a su homólogo «podemita». Los del círculo morado cotizan a la baja, una vez que están viendo que más que cuadrar el círculo, es el círculo el que se les está cuadrando a ellos. Y más que será si a dos meses de las elecciones más importantes de este siglo se ve de manera tan meridiana que no tienen casi nada claro en cuestión de ideas, de propuestas, de planes: tras el subidón de las europeas del año pasado -y donde Iglesias protagonizó uno de los momentos de audacia política del año, apareciendo con cara de cabreo en la plaza del Reina Sofía, diciendo que no estaba contento con los resultados y que necesitaban más votos- Errejón y compañía se han desnaturalizado de tal modo que a fecha de hoy parecen paralizados, incapaces de saber por dónde tirar, con quién y de qué manera. Y a fuerza de no querer asustar a nadie acaban diciendo generalidades que más que llevar gente a su terreno, les vuelven aburridos y previsibles. Se da la paradoja de que a los profesores de Ciencias Políticas de la Complutense, germen de Podemos, se les está olvidando precisamente lo más importante: hacer, decir, contar y concretar la política que querrían hacer.

Frente a eso, lo que más se nota en Ciudadanos es que su líder lleva más de diez años de experiencia. Y en un campo duro, difícil y con el público en contra, como es Cataluña. Y eso curte. Y más allá de sus dotes personales, en donde claramente hace gala de ser el más listo de la clase, sus apuestas le han salido bien (desde la no unión con UPyD hasta los apoyos a las investiduras de gobiernos de los dos partidos mayoritarios, pasando por la incorporación del economista Luis Garicano a sus filas), dando imagen de un cambio generacional que no provoca sudores fríos entre los poderes patrios. Quizá con lo que tienen que tener cuidado Rivera y sus huestes es que, mientras que a los «morados» de Podemos ahora parece que no les sale nada, cualquier cargo de Ciudadanos de cualquier sitio da la impresión de que lo sabe todo, y de todos los temas. Si a Podemos le pasó factura su arrogancia intelectual, a Ciudadanos se le escapa por las costuras cierta soberbia juvenil, que también le puede provocar más de un disgusto.

Y es que, más allá de cambios de políticas viejas por políticas nuevas, el verdadero cambio es que van a ser unas elecciones donde, excepto Rajoy -que ya ha cumplido sesenta años- el resto de candidatos (Iglesias, Rivera, Sánchez y Garzón) han nacido a partir de la década de los setenta. Esto significa que, o será presidente alguien que veía los «Chiripitifláuticos» a la hora de la merienda, o lo será alguno de los que se tomaban el pan con nocilla con «Oliver y Benji» en el televisor. Así que los que crecimos con Mazinger Z, Orzowey o Miliki estamos compuestos y sin novia, cuando estamos aún maduros y de buen ver, así de injusta es la vida. Pero somos los que vamos a decidir, que conste: que Mazinger era mucho Mazinger...