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Fernando Ramón

El desencanto y la ilusión

Tras la dosis de ilusión que supuso el arrollador triunfo de Felipe González en octubre del 82 vino el desencanto: Esa sensación de frustración por tantos anhelos soñados, descabalgados por una realidad que no cumplía con lo prometido, con lo deseado o con lo que nos habíamos imaginado. Pero ese desengaño, ese sentimiento no socavaba los cimientos de una incipiente democracia que los peligros de involución había puesto en entredicho meses antes de la arrasadora llegada al poder de unos socialistas modernos que lideraba una figura incuestionable. Treinta años después, con la perspectiva que solo el paso del tiempo da, y pese a esa desafección que se instaló en parte de la sociedad, es obvio que España sufrió una transformación de tal calibre que permitió aglutinar en torno a una clase media muy mayoritaria un Estado del Bienestar que en algunos de sus cimientos básicos se ha tambaleado como consecuencia de la crisis. ¿Se incumplieron muchas promesas? Nadie lo duda, pero tampoco se cuestionó un régimen imperfecto que permite autocorregirse, aunque en ocasiones con un retardo tan excesivo que suscita muchas controversias. Como cuando hace años afloró una corrupción que se instaló como sanguijuela en un sistema que a punto estuvo de llevárselo por delante y que aún no hemos terminado de desmantelar del todo. Pero parafraseando las palabras de Sanguinetti, «cuando existe corrupción política es porque también existe en la sociedad» por lo que no es tanto problema del régimen, sino de sus actores que son capaces de dinamitarlo de tal forma que lo hacen resquebrajarse. Por todo eso resulta tan edificante ese llamamiento a ilusionarse con la democracia con el que el Círculo de Montevideo se despidió de nosotros el pasado sábado. Ojalá se cumpla ese deseo. Por ellos y por nosotros.

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