Alumna de alumnos, hija de profesores, amiga de maestros, docente en alguna ocasión, y sobre todo alguien que aprende todos los días. Hace un par de días alguien me preguntó porqué nunca estaba triste. Me sorprendió porque sí, muchas veces la tristeza me abruma el alma, me arrasa el corazón y me deja para no poder ni levantar la mirada del suelo. Pero, como le dije, solo me dura un instante, unos minutos y, a lo sumo, una hora de mi vida. Después el vuelo del ave Fénix se alza como en la legión romana para ser capaz de luchar con fuerza y honor (tatuadas las llevo) por encima del ánimo y con el coraje de pensar que cada sonrisa que veo alrededor, que la mirada de mi hijo, los verdes ojichuelos de mi Rex o simplemente los que esperan de mí que haga algo por ellos, por los míos, merecen que, a lo Pantoja, haga dientes dientes y saque pecho folclórico si es menester. Pero hay veces que esa tristeza se transforma en indignación. En un sentimiento que me ha albergado el alma como pocas veces lo ha hecho esta semana. El viernes asistí al espectáculo más bochornoso y lamentable que han dado delante de mí las «hordas» de bárbaros ideológicos autosatisfechos y autojustificados en su tropelía y burda actitud. Violentos, agresivos y una panda de burguesitos niños de papá y mamá que, tras una apariencia de redentores del sistema, se apropiaron del debate, del estilo de la democracia para arrasar a su paso con la libertad e imponer su griterío y su discurso (la verdad más bien barato y manido). Pasaron de gritar «empresarios fuera» (vamos, como si ser empresario fuese un delito, debe ser que su familia y ellos mismos van a vivir del aire), para seguir con el ya clásico «nosotras parimos, nosotras decidimos» (que, en fin, no tenía nada que ver con este rollito que se habían montado) y terminar por llamarnos asesinos, fascistas y yo que sé más? a todos los allí presentes. En fin, el signo del Cara al Sol les salía muy bien ensayado? pero lo grave no es este episodio que ha marcado las noticias de toda España. Lo grave es la incultura, la falta de educación y sobre todo de información real que manejan los antisistema y la tropa permeable que movilizan al grito de «allá que vamos» pero en redes sociales. Soy feliz de que internet y las redes, la Gran Red, haya dado alas a los movimientos, a la información a tiempo real y sobre todo al movimiento social continuo, a los flujos de fotos, noticias, foros, debates? y hasta a dar «curro» a muchísimos gracias a estas nuevas tecnologías. Pero «Antonia», como diría mi amigo Manuel Tallafé, lo que no es de recibo es usar la nueva vida, la democracia y la sabiduría para insultar a esos que nos han enseñado, a esos que nos dan su saber, a esos que se dedican a hacer de nosotros algo (o al menos lo intentan) y menos en la Casa de la Sabiduría perpetua que es la universidad. El colmo: llamar fascista a un chileno que vio morir casi a Allende (claro, que la Casa de la Moneda a estos les suena a chino mandarino...) y que, estupefacto, tragó saliva y pensó, seguro, pobrecillos? Estilo cero, un cero patatero, pero lo peor para los que hemos permitido que hayan crecido así. En fin, me dedicaré a ver a mi gran Álex de la Iglesia, que estrena con Raphael, un pedazo de obra, Mi gran noche, a ver si él también es del fascio redentor y a ver después a mi querido Manuel Espuch celebrando España, ese homenaje a nuestro país y nuestra moda en la Casa del Mediterráneo, entre rojo y grana y alma. Feliz domingo.