La segunda persona más rica del mundo, el magnate mejicano Carlos Slim, ha planteado en Alicante que trabajemos tres días a la semana a razón de once horas diarias y hasta los 75 años porque es la única manera de que una mayoría tengamos empleo y de que cuando nos llegue la edad de jubilación podamos, los que sigan vivos, cobrar una pensión. Así, a bote pronto, casi que siento un poco de alivio porque no quiero ni pensar lo que nos hubiera dicho la primera fortuna del mundo si hubiera venido al acto de la Universidad de Alicante... El caso es que estos pronósticos más o menos agoreros sobre el futuro laboral que nos espera han venido a ahondar en el desconcierto que siento cada vez que oigo a algún especialista en la materia hablar sobre la evolución de la economía, dentro y fuera de nuestras fronteras. No acabo de aclararme con estos mensajes, para mí contradictorios, que recibimos los ciudadanos de a pie, que un día nos encontramos con que la subida del petróleo es pésima para la evolución de la economía y, al día siguiente, con que la caída del valor del crudo es igualmente nefasta y provoca el desplome de las bolsas. Eso por no hablar de China, que resulta que cuando el gigante asiático va viento en popa y crece a un ritmo del 10 por ciento se convierte en un peligro para nosotros porque exporta por un tubo y los demás no vendemos un colín, mientras que si a los asiáticos les van mal las cosas resulta que el mayor mercado del mundo deja de demandar y al resto ¡cómo no! también nos va de pena porque no le vendemos «res de res» a los chinos. Así que he decidido poner en cuarentena mi consideración a la Economía como ciencia, lo de exacta hace tiempo que lo había descartado, y plantear una pregunta que a lo mejor no se le ha ocurrido a nadie y soy yo el que da en el clavo: ¿No sería más fácil adaptar la economía a nuestras necesidades y dejar de intentar adaptarnos a algo que hoy es blanco y mañana negro y encima siempre tiene razón?
