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Mariola Sabuco

A río revuelto

Mariola Sabuco

Los poderosos nunca gritan

El Paraninfo de la Universidad de Alicante rebosó de público para ver y escuchar al hombre que está considerado como la segunda fortuna del planeta, el mexicano Carlos Slim, vicepresidente del Círculo de Montevideo. Algunos profesores de Derecho pusieron a sus alumnos ante la terrible disyuntiva de acudir a clase o culturalizarse con las reflexiones de exjefes de Estado iberoamericanos y grandes empresarios sobre la crisis de la gobernanza en la democracia. Como era de desear, eligieron lo segundo. Esto les permitió, entre otras cuestiones, cruzarse en los pasillos y camino del aseo con la empresaria Esther Koplowitz y su hija Esther Alcocer, ambas presidentas de FCC, empresa en la que el magnate mexicano tiene su mayor inversión en España. Los retoques estéticos son los responsables de que a las dos se les considerara hermanas, pero no, Alicia Koplowitz no estuvo en el Paraninfo, y su sobrina debe penar con que la confundan con su tía. Ambas, para mi desgracia, advirtieron que no querían contacto alguno con los periodistas, whatsappearon sin cesar y se dedicaron a sonreír flemáticamente sin que les asomara una arruga.

Slim me confundió. Del segundo hombre más rico del planeta esperaba un vozarrón imperativo acorde con su poderío económico. Sin embargo, cuando empezó a hablar escuché una voz tímida, suave, sin altibajos. Recordé entonces que uno de los símbolos del poder es que nunca te ves obligado a levantar la voz, ni gritar, porque todos te escuchan con atención. Perdida estaba en mis cavilaciones sobre si el magnate habrá conseguido vender ya su casa en Nueva York de 6.000 metros cuadrados edificados (con veinticinco estancias), por los 80 millones de dólares que pide, cuando, dulcemente, nos predijo que si queremos tener empleo hay que trabajar tres días a la semana, a razón de once horas diarias, y hasta los 75 años. Un escalofriante «Oooohh» recorrió la sala.

Al empresario, una treintena de jóvenes que «asaltaron» el Paraninfo apenas unos minutos después, recién iniciada la intervención de Felipe González, le llamaron asesino, como a González, sin que todavía sepa muy bien a santo de qué. También acusaron al expresidente del primer gobierno socialista de la democracia de ser un fascista, tampoco entiendo el porqué. Tan lamentable espectáculo ante personas como Julio Sanguinetti, Belisario Betancur o Ricardo Lagos que han luchado por las libertades no sólo suyas, sino de todos, logró abochornarme. Lagos fue contundente: «Hemos luchado para que ellos se manifiesten y opinen sin que sus vidas corran peligro alguno».

Cómo sería la jarana que se montó, que el mefistofélico parece que haya hecho un pacto de juventud con el diablo senador Joan Lerma, expresidente del Consell, abordó a Slim a la salida del acto para pedirle disculpas en nombre de los alicantinos. Lerma hizo una defensa de la provincia de Alicante como no se le recuerda como presidente del Consell. Aseguró al mexicano que un incidente semejante no es habitual por estos lares: «En Alicante no somos así, es una provincia de gente emprendedora». El ahora senador le pidió a Slim que no se lleve una mala impresión de nosotros. A cambio, el magnate le confió que le gusta «mucho» Alicante, que es la primera vez que está en la ciudad y que le sorprende la integración del mar y su buen clima en otoño.

Quizá por ese buen clima salió a pasear la noche anterior en mangas de camisa, muy de sport, con Felipe González ambos son grandes amigos, sin visible aparato de seguridad, para tomar un cóctel en una terraza que habían visto y en la que, iban comentando, había muchos alemanes. «El hombre más rico del mundo tiene que tener un coche potente, ¿no?», se preguntó una alumna. Lo ignoro, por la austeridad que practica, yo no lo aseguraría.

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