Cualquier cosa que se utilice para crear fronteras en lo referido a la lengua se convierte en una cuestión de primer rango y máximo atractivo por las consecuencias que se pueden derivar. Testimonio de ello es el catalán.

Tras la guerra civil y coger Franco el mando del Estado, marginó el idioma catalán con la represión, de manera que se usaba solo dentro de la familia. A la muerte del general dio comienzo una nueva era lingüística: el catalán renació como idioma siendo considerado oficial junto al castellano en la Comunidad de Baleares, Cataluña o Valencia. La diferencia es que en nuestra Comunidad como ya saben es el valenciano y en Baleares el mallorquín. Los catalanes emprendieron una fuerte apuesta utilizando el idioma para pasar a ser modelo impuesto como lengua vehicular principal. Es obligatorio su uso en las aulas para la enseñanza. Hasta ahí todo sería respetable si no fuera porque con ello pretenden marginar en su territorio a una de las lenguas más habladas del mundo junto con el chino o el inglés. ¿Acaso se avergüenzan del castellano? ¿Cataluña no está ubicada dentro del territorio nacional? Es de vergüenza que padres de niños escolarizados en colegios catalanes tengan que emprender acciones legales para que sus hijos puedan recibir una enseñanza en castellano. ¿Acaso no es un derecho a respetar? ¿Qué está haciendo el Gobierno central para dar solución a esto? Parece que es más fácil consentir que se utilice el idioma como frontera para dividir la nación, olvidando que nación es el conjunto de personas que comparten vínculos históricos, culturales, religiosos, idiomas con conciencia de pertenecer a un mismo pueblo o comunidad y que usualmente hablan un mismo idioma. Se olvidan que el pueblo es el verdadero dueño de la lengua, no los políticos ni las instituciones ni los gobiernos.

El nacionalismo es otra cosa, puede ser orgullo nacional o xenofobia. Orgullo nacional es lo que se vive en otros países, otros continentes donde este fenómeno se ha desarrollado con el paso a la globalización del planeta surgiendo como una contrapuesta, perdiendo fronteras y culturas diferenciadas. EE UU por ejemplo, en cualquiera de sus Estados o ciudades de Norteamérica nos encontramos con lo que se conoce como el espanglish, es decir, casi todo el mundo habla español. Un treinta y tres por ciento de la población es hispanoparlante y el resto en su gran mayoría lo habla a la perfección. No es de extrañar entrar en una cafetería y los carteles informativos encontrarlos en castellano. En España los catalanes y los vascos utilizan el idioma para generar la conciencia de ser una nación y un pueblo distintos, es decir, con su propia lengua, su propia cultura y propias instituciones, o sea independiente del resto. La lengua es un modo de crear una identidad propia y distinta. A veces da la impresión de que odian al castellano y estamos ante una xenofobia más que ante un nacionalismo.

Quizás se tiene una visión miope de la realidad porque se enseñan lenguas que dominan unos centenares de miles de personas en lugar de dedicar ese esfuerzo a aprender lenguas que dominan miles de millones. Estamos generando con este modelo de enseñanza y con estas políticas formativas personas cortas de miras y con visiones de la realidad muy limitadas a lo meramente local cuando el mundo es más amplio. El nacionalismo se cura viajando. El catalán, el mallorquín o valenciano, perfecto, pero sin obligaciones e imposiciones por parte de las autonomías. A lo mejor nuestros jóvenes tendrían más oportunidades de trabajo si el tiempo de estudios se centrará en oportunidades de aprender otros idiomas que se hablen más allá de nuestras fronteras pues ya no se opera solo en España, sino en el resto del mundo. El idioma no puede ser el impedimento que cierre las puertas de la globalización. Vivamos un presente y un futuro sin fronteras parlantes.