Como es sabido, en diciembre de este mismo año, se celebrará en Paris, bajo el auspicio de la Convención Marco de Naciones Unidas, la XXI Conferencia Internacional sobre Cambio Climático. El objetivo central de dicha conferencia será alcanzar un acuerdo mundial para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.

Afortunadamente, durante las conversaciones que, previamente a la celebración de la conferencia, están teniendo lugar, se ha ido produciendo un consenso sobre la evidencia de que el cambio climático no está relacionado, exclusivamente, con otros problemas ambientales de gran importancia, como el agua, el suelo o la biodiversidad, sino que también está conectado con importantes retos económicos y sociales, como el desarrollo sostenible y, por tanto, el bienestar de las generaciones futuras, pero también con la pobreza.

Por ello, siendo muy relevante la cumbre de París, no lo es menos el establecimiento, también por parte de la ONU, de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Son muchos y ambiciosos, por lo que no es este el ámbito más adecuado para ocuparse de todos ellos, pero sí me parece pertinente citar algunos de los más relevantes para intentar entender que, incluso cuando hablamos de cambio climático, tenemos que ser conscientes de que estamos ante un problema multidisciplinar que no puede ser abordado, exclusivamente al margen de todas sus interconexiones.

Cada día es más evidente que todo está conectado con todo: no puede existir un único objetivo, por prioritario que pueda parecer, para garantizar un desarrollo sostenible. Afortunadamente, este tipo de pensamiento está, en el momento presente, mucho más extendido de lo que estaba hace un par de decenios, en gran parte por el enfoque que hace hincapié en la complejidad del desarrollo humano, que reconoce que no pueden existir soluciones unidimensionales a problemas multidimensionales.

Por ello, los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, plantean, en primer lugar, erradicar la pobreza en todas sus formas, en todo el mundo. Hoy existe un creciente reconocimiento al desproporcionado impacto que el cambio climático está provocando sobre las personas más pobres y vulnerables del mundo.

También proponen conseguir la seguridad alimentaria, mejorar la nutrición y promover la agricultura sostenible, junto a aspectos tales como garantizar una educación de calidad, que sea inclusiva y equitativa, promoviendo las oportunidades de aprendizaje para todos. Y así, hasta un total de diecisiete objetivos esenciales, muchos de los cuales se interrelacionan con los otros, promoviendo una reducción de las desigualdades, entre países, dentro de los mismos, entre géneros, etc.

Con esta advertencia de que el desarrollo sostenible está lejos de ser una cuestión, exclusivamente, medioambiental, me concentraré ahora en la importancia de la Conferencia de París de fin de año, entre otras cosas porque es muy poco probable que puedan cumplirse los Objetivos de Desarrollo Sostenible si los líderes mundiales no son capaces de alcanzar un acuerdo que limite el aumento de la temperatura global a un máximo de dos grados centígrados, ya que solamente un clima estable es capaz de establecer las bases para reducir la pobreza y favorecer la prosperidad y el desarrollo humano.

Aún a pesar de algún que otro «primo meteorólogo» incapaz de saber si mañana va a llover o no, lo cierto es que hoy existen suficientes evidencias y pruebas científicas que muestran que el cambio climático es, probablemente, la amenaza mundial más importante a la que se enfrenta en hombre y que, por tanto, exige, con la máxima urgencia, de una respuesta contundente.

Sabemos que, hasta el momento, ha habido naciones muy grandes, como EE. UU. y China que, por diversas razones y con distintos argumentos, se han venido oponiendo a suscribir compromisos en la reducción de sus emisiones de gases con efecto invernadero. Esto, parece, está cambiando.

Y es comprensible, porque, a pesar de los intereses de muchas de las industrias energéticas, está suficientemente calculado que los beneficios de adoptar, cuanto antes, las medidas adecuadas y hacerlo con contundencia, serán muy superiores a los costes económicos que derivarán en el supuesto de mantener la vigente postura de pasividad frente al problema.

En concreto, estudios solventes muestran que el coste económico, a corto plazo, de adoptar las medidas necesarias para reducir las emisiones, puede rondar el uno por ciento del PIB mundial, mientras que el coste de no adoptarlas, asumiendo el riesgo del cambio climático que está produciéndose, rondaría el cinco por ciento de producto global.

Pero es que, además, aunque finalmente se vean afectados todos los países, lo cierto es que las consecuencias del cambio climático las sufrirán antes y más intensamente los países más pobres, aunque sean los que menos han contribuido al cambio climático, no porque el mismo sea selectivo y se cebe con los pobres, sino porque son los más desfavorecidos lo que tienen menos recursos para protegerse de sus efectos.

El propio FMI, poco sospechoso de aportar propuestas «revolucionarias», señala que para poder estabilizar las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera, será necesario cambiar de forma radical el sistema energético global. Y para ello, los acuerdos que puedan adoptarse, deberán incluir la introducción de incentivos fiscales, que se han mostrado como los instrumentos más eficaces para reflejar los costes ambientales y promover el desarrollo de las tecnologías limpias.

Así pues, la cumbre de París es una gran oportunidad de adoptar medidas serias sin más dilación, ahora que parece que EE. UU. y China están dispuestos a sumarse a un acuerdo general. Pero no nos engañemos, no tenemos ninguna garantía que el acuerdo que finalmente se adopte vaya a funcionar realmente. Kyoto es un precedente negativo y no podemos descartar fracasos similares. El ex Secretario General de Naciones Unidas, Kofi Annan, ha dicho que, «con demasiada frecuencia, los líderes mundiales se preocupan más por los asuntos que tienen más próximos en el tiempo, mientras que los problemas realmente graves, suelen estar más distantes, bien geográficamente, bien en el tiempo».

Ojalá los peores presagios a los que nos conducen los antecedentes, estén, en esta ocasión, absolutamente infundados.