En el Partido Popular se ha puesto en marcha lo que un buen amigo habitual de la Cadena SER, califica como el «departamento de perder elecciones». Un síntoma claro de haber puesto en marcha esta maquinaria es que vayan aflorando de manera incesante las disensiones internas. Comenzó el faraón Aznar advirtiendo a Rajoy desde las lejanías de su trono que Ciudadanos defiende mucho mejor la Constitución que su otrora mejor partido, seguido de Montoro que no ha dudado en afirmar que muchos de sus compañeros se avergüenzan de ser del PP, incluido el ministro Margallo al que acusa de soberbia intelectual, anécdota que el mismo achaca al hecho de haber estudiado en Harvard y Deusto, súmese a ellos la dimisión de la dirigente vasca Arantxa Quiroga tras el fracaso de su moción en las que en aras de la convivencia exigía a Bildu un «rechazo expreso a la condena de ETA». Rara avis es por cierto la de la dimisión en cargos orgánicos o públicos cuando debería ser comportamiento normal con la coherencia y los principios.

Pero sigamos con la deriva popular, el público percibirá entonces que el liderazgo está cuestionado y que el partido empieza a funcionar en modo bronca. La consecuencia es que se instala la desconfianza entre los electores ante el fenómeno jaula de grillos y que acaban por rehusar la papeleta a favor de las de otras formaciones disciplinadas, unidas, donde quede bien establecida la autoridad, sin ruidos, sin confusiones, ni cacofonías desorientadoras. Pero esto no le importa al inquilino sesteante de la Moncloa, su actitud será siempre la de mostrar impasible el ademán, ajeno al revuelo de su partido, y si hiciera falta mandar a la vicepresidenta para todo a bailar a un programa televisivo para quien piense en que cae en el desaliento.

Según reza el decálogo de campaña promulgado en los tiempos en los que Mariano era jefe de campaña del PP, no son los partidos aspirantes los que ganan elecciones, sino el partido del Gobierno el que hace necesario el esfuerzo para perderlas. Los programas tienen un impacto secundario, la bandera fundamental es su líder, su credibilidad.

Todo ello ha llevado a que el nuevo semanario de Miguel Ángel Aguilar, Ahora, haya titulado que Rajoy es un candidato para perder, que podría ser el segundo presidente, después de Leopoldo Calvo-Sotelo, de una sola legislatura. Por muchas advertencias sobre la estabilidad necesaria en aras de una supuesta recuperación que se anuncia, en su boca nada es creíble. Prevalece el «Luis, sé fuerte», con el que animaba a Bárcenas en aquellos mensajes que costaron el puesto al director de un diario nacional. Y mientras en el sanedrín de Génova nadie dice nada, pero en cuanto salen a la calle se arma el guirigay.

Al tiempo, el líder socialista Sánchez gana simpatías en la calle, es capaz de unir y no de confrontar, no por cierto como ocurre con algunos de los líderes locales del centenario partido mantener firme el liderazgo, demostrando a algunos de sus compañeros que este no es «revisable». Rajoy es el director de la orquesta del Titanic. Su sucesor en Moncloa se verá en diciembre. Atentos.