Y digo «viejo» en un país que soporta una de las tasas más elevadas de jubilados pero en el que el culto a la juventud es casi una idolatría, hecho éste que me parece bien a pesar de que en determinados momentos me rebela. En España ser «viejo» es casi un pecado de tal manera que tanto hombres como mujeres hacemos esfuerzos titánicos para intentar disimular que lo somos. Pero claro es un esfuerzo inútil pues la edad se refleja no sólo en la cara sino en cada músculo de nuestro cuerpo.

La palabra «viejo» está descartada de nuestro vocabulario cuando nos referimos a personas. La sustituimos por «mayor» y de esta manera lo convertimos en algo más suave: somos los mayores, las personas mayores, nunca los viejos. Pero la realidad es que somos viejos y a mucha honra.

Quería plantear desde aquí qué es ser viejo. Cuando pienso en una persona vieja, me descarto automáticamente pues, para mí, un viejo es una anciana de edad indeterminada pero muy elevada, de pelo blanco y vestida de negro de pies a cabeza o ese hombre sentado en una silla apoyado en un bastón y un cigarrillo en la comisura de los labios. Es la imagen que tengo de cuando yo era pequeña. ¡Qué vieja es!, recuerdo que exclamaba. Y resulta que, haciendo números, aquella vieja de pelo blanco y vestida de negro era casi de mi edad actual. Para comprobar mi teoría les pregunté a mis nietos si creían que yo era vieja. La respuesta fue inmediata. Me miraron y con total seguridad afirmaron que yo no era vieja, que era mayor. Es decir que da igual que vayas de negro o de verde, con pelo blanco o no, lo cierto es que ni siquiera puedes engañar a unos niños.

Si vas por la calle y observas un poco puedes distinguir perfectamente a aquellas personas que se han rendido a la edad y a aquellas que se esfuerzan por luchar contra ella. Algunas de ellas han hecho tantos esfuerzos, se han gastado tanto dinero en estiramientos y otras técnicas, se han mirado tanto la cara y solo la cara que se han olvidado mirarse el escote. El resultado es patético: una cara estirada sin expresión alguna y un escote arrugado y flácido. Seguro que el lector pensará que eso sólo es cosa de mujeres. Pues desde aquí, ya le digo que no. También lo hacen los hombres y, como nosotras, se olvidan del resto del cuerpo. El resultado es igual de patético.

No obstante la cuestión para mí no es sólo la edad. No sé si pensarán que lo que intento es escaparme de algo de lo que no me puedo escapar pues los años pasan inexorablemente y si no pasan quiere decir que te has muerto y eso a nadie le apetece. La verdad es que creo que la vejez radica en la mente de tal manera que hay jóvenes que son viejos y viejos que son jóvenes. Y cuando se es un joven viejo hay que ponerlo en evidencia para que el joven reaccione. Por otro lado tenemos al viejo joven, ese viejo que se extralimita en todo y que debería moderar sus ímpetus para no rozar el ridículo.

En fin, un tema muy complicado que me da qué pensar pues la que suscribe que es vieja no deja de pensar en ello y en qué hacer para seguir activa en una sociedad en la que lo que más se valora es la juventud. Tendré que coger mi edad con las dos manos y con mucha fuerza para poder tirar adelante con total dignidad a pesar de que los jóvenes son muy «clasistas» y no nos admiten con facilidad.

¿Cuál es el modelo ideal? No tenéis más que mirar a los líderes políticos: Albert Rivera, joven y guapo; Pablo Iglesias, joven y guapo; Alberto Garzón, joven y guapo; Pedro Sánchez, joven y guapo; Mariano Rajoy.... ¡Anda!, no es joven y tampoco es guapo. ¿Qué va a hacer?