Yo había tomado la firme decisión de no escribir ni comentar, siquiera en mi círculo de amistades, nada más acerca de Catalunya. Con el tiempo y pese a su vital importancia, se había convertido, para mí, en un tema cansino, aburrido e impregnado de una monotonía insultante. Me negaba hasta con buenas amistades donde abordamos cualquier tema. La radicalidad de ambos bandos me exasperaba. Pero, las más de las veces, las circunstancias te llevan inexorablemente incluso a donde no quieres ir. Me pasa muy a menudo.

Comentar los resultados de unas elecciones no resulta tan divertido como comentar las reacciones de los candidatos a los resultados de esas mismas elecciones. La primera opción es una operación de simple aritmética mientras que la segunda apela a la estadística, la psicología, el equilibrismo, la óptica y la chismografía. Visto desde el corazoncito de los políticos, una vez más, el referéndum del 27-S supone una espectacular victoria de todos los frentes, el sí y el no, independentistas y unionistas, derecha e izquierda: todos ganan.

En un sentido estrictamente matemático, las dos únicas opciones que podría considerarse vencedoras, son las listas de la CUP y Ciutadans. Particularmente, la segunda, que ha aumentado considerablemente su anterior número de escaños gracias a una generosa transfusión de votos desde el PP, donde Mariano Rajoy, deportista como siempre, se empeñó en seguir jugando al baloncesto. Colocaron de pívot a García Albiol, dispuesto a machacar el tablero, pero mucha gente no acabó de creerse esas fotos que se hizo junto a emigrantes nigerianos y dominicanos ni tampoco sentaron muy bien esas declaraciones suyas de que no le importaría nada si su hija se casaba con un negro. José Mari, el base del equipo, ya no va ni a pasarle el balón, pero lo va a marcar, vaya si lo está marcando.

Inés Arrimadas, catalana de nacimiento, pero jerezana y sevillana de formación, consiguió esa mezcla perfecta que auparon a Ciutadans a 25 diputados. La fuerza españolista más importante. De un plumazo arrasó, dejando con el culo al aire al PSC y no digamos al PP. Ni el propio Albert Rivera hubiera podido imaginar el empeño, la perseverancia y la eficacia de la guapa Inés Arrimadas.

Tanto ha sido su éxito que la propia CUP, que no quería a Mas ni en un portarretratos, ha reculado, como hacen siempre los políticos mentecatos y, en un alarde semántico han ideado una plural presidencia coral. Manda huevos? una presidencia coral.

El frente independentista Junts pel Sí formaba una alianza de derechas e izquierdas tan estrambótica que no se veía una cosa igual desde el pacto germano-soviético, pero tampoco les acaban de cuadrar las cuentas. Entre otras cosas porque, durante toda la campaña, Artur Mas insistió una y otra vez que «todos los votos que no sean del sí, serán contabilizados en el bloque del no». No hace falta sacar la calculadora para concluir que, en un sentido plebiscitario, la opción independentista ha salido torpedeada de los comicios, pero ya se sabe que la palabra del president no sólo tiene fecha de caducidad sino que cada vez caduca más rápido. En 2002 Mas dijo: «Catalunya puede aspirar a mantenerse en el entorno del Estado español». Una afirmación no menos descacharrante que estas dos: «El concepto de independencia está anticuado y un poco oxidado» y «sería irresponsable ir por un camino que significara una frustración colectiva». En menos de trece años la independencia ha pasado del óxido al vintage y además la frustración ya es más que evidente. En cuanto a la irresponsabilidad, en efecto, no tiene vuelta atrás.

Por otra parte, Catalunya Sí que es Pot no ha podido gran cosa y en el PSC, a pesar de sus cuatro escaños perdidos, están muy contentos de haber sacado los peores resultados de su historia. Podía haber sido peor, fíjate. Ver a Iceta bailando al son de Queen no tiene precio. A pesar del batacazo, el bipartidismo aún sigue en pie, como un zombi, mientras la caótica partida de ajedrez de la secesión catalana ha vuelto a resolverse en tablas.

De momento y paradójicamente, la única cabeza que puede rodar por el suelo es la de Artur Mas, a quienes sus socios independentistas de la CUP no quieren ver ni en pintura. A ver si a Mas le va a pasar como a Moisés, que se quedó a dos pasos de la tierra prometida.

Artur Mas sabe, efectivamente, que tiene los días contados, que si no es por una cosa, será por otra, pero acabará. La unión anti natura con ERC se le volverá en contra y no digamos ya si se formalizara el embrollo con la CUP. Liberales de derechas, en la cama con republicanos de izquierdas y con sólidos y convencidos anticapitalistas, deseosos de dar una patada al culo a Europa.

El espectáculo está asegurado. Pasen y vean.