Ya no saben qué inventar. La semana pasada se celebró la Jornada Mundial por el Trabajo Decente, una de esas ocurrencias excéntricas y bobaliconas defendidas por cuatro anticuados ajenos a la realidad. Aspirar a un salario digno y a un puesto medianamente estable no es propio de gentes modernas, dinámicas y proactivas.

Ahora lo que se lleva es la flexibilidad. Encadenar currillos temporales, realizar jornadas leoninas o firmar contratos de cuatro horas a la semana son tendencias laborales que triunfan en esta temporada otoño-invierno, como los flecos y el ante. Y si queréis ser los reyes de la pasarela, debéis apuntaros también a otras dos modas que llegan pisando fuerte: hacer horas extra gratis y cobrar muy por debajo de vuestra categoría profesional. De hecho, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT) el 22% de los españoles ya se ha sumado al carro de los empleos poco decentes, ¿en serio vais a quedaros atrás?

Además, gracias a los sueldos de miseria y la precariedad, es muy sencillo adaptar vuestro espíritu flexible a muchas otras facetas de la existencia. Por ejemplo, a la alimentación: ¿tienes que elegir ente pagar la luz o disfrutar de tres comidas diarias? ¡Pues no pasa nada! Como eres elástico cual gelatina de fresa, te amoldas a las circunstancias y pasas hambre. Es una de las ventajas de haber renunciado a las rígidas exigencias vitales de antaño: tal y como está el panorama, aceptas lo que te echen. Y encima con una sonrisa, porque, oye, podrías estar peor.

A ver si aprendemos de una vez que con trabajo decente no salimos adelante, no hay luz al final del túnel ni brotes verdes. El empleo de calidad no ayuda a mejorar la productividad y, que me aspen, ¡ni siquiera aumenta las primas de los directivos! Dejad de exigir sueldos justos, así no hay manera de que rememos todos en la misma dirección. Ni siquiera la Marca España dice algo al respecto. Paella y flamenco sí, trabajo decente no me consta.

Pero claro, siempre hay algún amargado empeñado en reivindicar derechos laborales y otras paparruchas rancias. Suelen ser personas atrapadas en el pasado que no aceptan que en este nuevo y trepidante escenario lo decente ya no triunfa. Hay que ir al compás de los tiempos y los tiempos dicen que menos quejarse y más doblar el espinazo. Los buenos empleados no lloriquean tanto sobre su perdido poder adquisitivo, sino que se arremangan y se dejan explotar con entusiasmo.

¡Un poco de sacrificio y amplitud de miras, zánganos acomodados! Si la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, ha estado semanas y semanas preparando la coreografía de El Hormiguero (me la imagino encerrada en su habitación practicando los pasos y me emociono), ¿acaso tú no puedes vender tu alma a cambio de un contrato de 9 horas al día por 500 euros?

De todas formas, ya que decidís ser unos empleados irresponsables y egoístas, por lo menos pensad a lo grande. Que vuestra máxima aspiración sea un empleo «decente» resulta bastante desolador. Es como ir a la verdulería y pedir una lechuga que no esté podrida. Volveos ambiciosos y exigid un trabajo indecentemente bueno, indecentemente satisfactorio e indecentemente bien pagado. Aunque vayáis de farol. Total, qué más da, si ser sumisos y conformistas tampoco os está saliendo demasiado bien.