Comienzan de nuevo los debates para poner en marcha la revisión pendiente del PGOU que Alicante arrastra desde hace demasiado tiempo, tras 15 años de trabajos inútiles y su retirada por el anterior alcalde, Miguel Valor, en febrero de este año. Y con ello, comienzan a ponerse las bases para modelar los ejes estratégicos de lo que será el nuevo modelo de ciudad, un momento magnífico para reflexionar acerca de la naturaleza y el impacto de numerosos procesos sobre los que el nuevo PGOU debe intervenir. A diferencia de lo que hasta ahora ha sucedido, tenemos una excelente oportunidad para que, por medio de la planificación e intervención urbanística, pueda actuarse sobre dinámicas sociales entre las que sobresalen la pobreza, la exclusión social y la desigualdad, elementos que no fueron tratados adecuadamente en los trabajos de revisión anterior en línea con la despreocupación que de ellos se tenía.

Arquitectos y urbanistas suelen explicar aspectos morfológicos y estructurales de la ciudad que contienen reflexiones de un importante calado para la vida de los ciudadanos. Pero en todos ellos, habitualmente, se echa en falta una visión específica y comprensiva sobre la distribución espacial de la pobreza en nuestra ciudad, sus mecanismos de transmisión intergeneracional y la forma en que el urbanismo, la demografía y la vivienda en los barrios son elementos cruciales para acelerar, disminuir o equilibrar fenómenos clave para la convivencia como son la desigualdad, la cohesión social y la exclusión. Ni estos conceptos ni estos fenómenos forman parte habitualmente del andamiaje que manejan los profesionales que dirigen la planificación de los PGOU, entre otras cosas porque no forma parte de su espacio de actuación, algo que requiere la intervención de técnicos y profesionales con formación y experiencia específica en todas estas cuestiones, más complejas de lo que parecen. No hablamos únicamente de la mejora de la calidad de vida en los barrios más pobres, de la eliminación de infraviviendas o del fortalecimiento del tejido social a través de mejores equipamientos, ni mucho menos. Nos referimos a fenómenos mucho más complejos que están en la base de procesos económicos, sociales, relacionales y hasta emocionales que determinan pautas de asentamiento, convivencia, distribución espacial y uso de la ciudad.

Durante los años de crecimiento económico impulsado por el ladrillazo y la especulación inmobiliaria, nuestras ciudades, y de una forma muy particular Alicante, fueron abandonadas a las fuerzas del mercado, generándose fenómenos de polarización social muy acusados que abrieron importantes brechas entre unos barrios cada vez más pobres y otros barrios cada vez más ricos. La llegada de importantes grupos de inmigrantes que en algunos casos se situaron como los nuevos pobres urbanos, y el abandono de los barrios tradicionales por numerosos vecinos que se trasladaron a vivir a las modernas zonas residenciales ubicadas en los nuevos PAU, junto al envejecimiento del centro tradicional y el acusado deterioro en el parque de viviendas de las clases trabajadoras y de sus barrios, han alimentado procesos transversales demoledores que han dado forma a la ciudad y a no pocos de sus problemas. Si tuviéramos que resumir estos años pasados podríamos afirmar que la ciudad y sus gentes han estado abandonados a la especulación pura y dura.

Mientras tanto, se producían cambios sociales y demográficos que han transformado en profundidad nuestra ciudad. En 25 de los 42 barrios de Alicante se está produciendo una significativa pérdida de población autóctona al tiempo que 12 de ellos pierden también población inmigrante. Los perfiles de esos inmigrantes también han cambiado y con ello sus relaciones sociales y hasta el uso del espacio público. Existen 10 barrios con más de un 40% de población inmigrante frente a otros tantos donde apenas hay población extranjera. Y por si todo ello fuera poco, la crisis ha aumentado la ruptura de la cohesión social sobre los barrios y sus gentes, disparando el número de viviendas desocupadas por procesos de desahucio y el deterioro en muchas de ellas, junto a un notable abandono de los espacios públicos y sus equipamientos, afectando de manera particular a grupos específicos como mujeres, niños, jóvenes, desempleados y ancianos.

Alicante ya contaba con ocho de sus barrios incorporados en el «Atlas de barrios vulnerables de España», si bien el impacto de la crisis en la ciudad y la extensión de la pobreza sobre sus gentes han ensanchado todavía más esta vulnerabilidad y han ampliado las situaciones de incertidumbres sobre clases medias que viven más allá de los barrios tradicionalmente en situación de riesgo.

Tenemos, por tanto, una ocasión única para que el debate sobre el futuro de la ciudad aborde por vez primera todos estos fenómenos e incorpore como un eje importante de intervención la lucha contra la pobreza y la desigualdad en Alicante a través de la intervención urbana. Y es que como bien señala David Harvey, geógrafo y antropólogo británico, «el tipo de ciudad en la que queremos vivir está ligado al tipo de personas que queremos ser». Y los alicantinos, tenemos la hermosa ambición de que una mejor ciudad nos permita también ser mejores personas.

@carlosgomezgil