La semana ha sido prolífica en la presentación de encuestas e investigaciones sociológicas y, aunque tendemos a priorizar las de contenido político, hay vida más allá de las estimaciones de voto. El riesgo de pobreza, el desempleo o la educación, merecen posiblemente más atención en estos momentos. Son los problemas del día a día. Todo es importante pero tal vez aún lo sea más coincidir en qué debe hacerse y no tanto en quién debe hacerlo.

Ni inmersos en plena campaña cabría esperar tanto despliegue de encuestas electorales. El barómetro de septiembre del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) se acompaña, en esta ocasión, de las encuestas publicadas por INFORMACIÓN y El País. Hay plena coincidencia en que se mantiene una atomización de partidos que, a la vista de cómo andan las cosas, conlleva bondades pero también perjuicios. Y es que aún queda mucho por engranar.

Ciudadanos sigue creciendo a expensas de un PP que agoniza sin orden ni concierto, a pesar de una operación cosmética que no acaba de cuajarles. Es evidente que no basta con cambiar a un par de peones de su ejecutiva. Este país siempre ha precisado de líderes carismáticos y, si de algo carecen los populares en estos momentos, es de uno de ellos. El hundimiento del PP no se acompaña de un crecimiento destacable por parte de un PSOE que, al menos por estas tierras, sigue en horas bajas. Puro espejismo. La política tiene estas cosas y, aunque obtengas los peores resultados de la historia de tu partido, puedes acabar gobernando. Ahí tienen los ejemplos de Gabriel Echávarri o de Ximo Puig.

Durante un buen tiempo seguiremos asistiendo al crecimiento de esos partidos que ya han pasado de ser emergentes a claramente consolidados. Las encuestas van apuntando a que Podemos empieza a devolver parte de lo prestado. En breve descubriremos si los de Pablo Iglesias realmente son tan castos como proclaman o acaban sucumbiendo al humano deseo del poder. Pasadas las generales veremos si exigen su parte del pastel en aquellos gobiernos a los que actualmente apoyan. Y mientras éstos acaban decidiendo si fuera o dentro, Ciudadanos y Compromís afrontan el reto de constituirse como opción de gobierno mediante un curso intensivo de estructuración interna. Apoyo electoral ya tienen; ahora solo resta saber si, ante su acelerado crecimiento, disponen de capacidad de gestionarse a si mismos.

Al margen de las tendencias electorales, otros estudios nos han presentado el estado de situación de nuestra sociedad. El Observatorio de Investigación sobre Pobreza y Exclusión vuelve a incidir en las carencias de necesidades básicas que se presentan en la Comunidad Valenciana. Cuando el 23% de la población sobrevive bajo el umbral de la pobreza y el problema alcanza a uno de cada tres jóvenes, se hace obligado adoptar respuestas contundentes. No sólo afrontamos un presente complejo, sino que el futuro se dibuja más gris por cuanto la situación afecta en mayor medida a la población de menor edad.

Ahora bien, no se trata de un simple cálculo aritmético. Es previsible que se produzca un incremento de la renta media de los españoles -todo apunta a que así será- y, sin embargo, la situación puede seguir empeorando. De hecho, posiblemente se trate del escenario actual. En el contexto de una mayor polarización entre ricos y pobres, los ingresos per cápita se incrementan pero en favor de los primeros -ni siquiera afecta a las clases medias-, sin redistribuirse equitativamente. Injusticias al margen, es obvio que nada positivo aporta que una tercera parte de los futuros adultos acaben siendo económicamente segregados. Más desequilibrio social que acabará pasando factura en unos años.

Nos hemos acostumbrado a rivalizar con Grecia por el dudoso mérito de ser el país europeo con la mayor tasa de desempleo. Y, mirando siempre al que está peor, nos alejamos cada vez más de la orilla del bienestar. Mientras vamos a rebufo de los griegos, nuestro paro supera en un 29% al registrado en el tercer país con peores resultados, Croacia. Vaya, que no tenemos nada que ver con el resto del continente. Olvidémonos de portugueses, irlandeses e italianos, antiguos compañeros en aquel despectivo grupo de los PIIGS y hoy con una situación laboral mucho mejor que la española. La crisis habrá azotado a todos por igual, pero el desempleo ha tenido tendencias bien dispares ¿Qué el centro-derecha ha ganado en Portugal? Si en España tuviéramos un desempleo como el portugués -casi en la mitad que el nuestro-, posiblemente también ganaría aquí. Pero la realidad es bien distinta. Cuestión de preguntar por la receta que han utilizado otros.

Pobreza y desempleo van de la mano. Y, éste último, a su vez se encuentra íntimamente asociado al desarrollo educativo de un país. En otro de los informes presentados esta semana, el Instituto de Estudios Económicos se remitía a datos de Eurostat para evidenciar esta relación. El paro afecta al 14% de los españoles que disponen de un título universitario. En el polo contrario, la cifra supera el 31% entre quienes no han superado el nivel de la Educación Secundaria Obligatoria (ESO). En la última década, la mayor parte de los países europeos han disminuido este grupo de menor nivel educativo. España, por el contrario, se mantiene estancada desde 2005 y compartiendo protagonismo con Turquía o Malta. Ya ven, no es sólo un problema de desempleo sino, fundamentalmente, de carencias formativas. Si una tercera parte de la población española entre 25 y 34 años no ha ido más allá de la ESO ¿qué futuro laboral pueden esperar?

La educación superior no es tampoco la panacea. Da la impresión de que existe cierta «burbuja» universitaria, con un excesivo número de egresados en algunas titulaciones. El coste medio anual de un alumno universitario español es de 11.670 euros, de los que el Estado asume directamente el 90%. Multipliquen por 1.400.000 alumnos matriculados en las universidades públicas y estimen el enorme esfuerzo inversor que realizamos todos los españoles. Si el resultado es una cifra de parados universitarios que duplica con creces la media europea ¿estamos malgastando dinero público? Es posible.

Hay motivos para replantearse si realmente precisamos tanto universitario o, como en el caso alemán, conviene disminuir la tasa de niveles educativos más bajos y reforzar los medios. La estrategia dependerá del modelo productivo español, si algún día llegamos a tener alguno con visos de sostenibilidad a medio plazo. En cualquier caso, habrá que adaptar la oferta universitaria a las necesidades reales del mercado laboral y, al mismo tiempo, facilitar el acceso a un trabajo acorde con los estudios realizados.

En fin, datos para reflexionar y actuar con pragmatismo, que las palabras no matan el hambre ni solucionan los problemas.