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Francisco Esquivel

La sartén, ¿por el mango?

Está bien celebrar el Día de la Comunitat por la sencilla razón de que es uno. No nos engañemos: dos no podemos permitírnoslo. Los derroches, las corruptelas, el desenfoque de la política practicada nos ha conducido a una situación endiablada de la que no va a ser fácil resurgir. Estamos a dos velas y, con un pacto para exigir al Gobierno central lo que se nos debe, sabemos que a corto/medio plazo vamos a seguir estando a dos velas. Y aunque la estrategia de unidad pillada por los pelos diese resultado, necesitamos como el comer fijar de una vez nuestro propio rumbo acorde con las exigencias de un mundo cambiante.

En estas circunstancias resulta complicadísimo encandilar y, sin embargo, es la única vía. No estamos para megaproyectos porque, con los desparramados, nos hemos garantizado que nuestros tataranietos no nos olviden. Si este puente festivo en el que andamos incursos ya es un lujo, para qué contar uno de Calatrava. Tampoco el imperio del sol en el que zambulle a Coppola nos va a solucionar el entuerto de la Ciudad de la Luz, sino que habrá que trabajárselo desde aquí para no comérnosla con patatas fritas.

Por eso digo que la Comunitat necesita un plan. Y la única salida ha de venir de la imaginación al poder, disculpen si peco con la consigna. Pero no podemos echar mano de otra fórmula. Tal como tenemos registrada la cosecha y salvo honrosas excepciones, pretender ganar el futuro sin bases nuevas se convierte en una utopía. Muchos jóvenes, desnortados y con una formación enclenque, nadan en la indigencia. Al levantarme escucho un anuncio que no sé ni qué vende y en el que el prota clama: «Houston, tenemos un problema; la comida está liofilizada». «¿Y cuál es el problema?». «Que está liofilizada; quiero la tortilla de mi madre». Patatas calientes sobran, lo jodido es que hay que darles la vuelta.

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