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Juan José Millas

Tierra de nadie

Juan José Millás

Datos y metadatos

Si tanto nos preocupa la protección de datos, es porque están a la intemperie. Ahora bien, ¿a qué llamamos dato? En la antigüedad (anteayer) un dato era la fecha de nacimiento. Otro dato era el nombre, y los apellidos. A los treinta o cuarenta años habías acumulado siete u ocho datos, pongamos que diez, y casi todos cabían en el carné de identidad. La humanidad era poco datosa, si se nos permite el neologismo. La datitis, que no es una inflamación del dato, sino un aumento desmesurado de su cantidad, es una patología reciente, muy ligada a la aparición de las tarjetas de crédito y del mundo virtual. Cada uno de nosotros tenemos adheridos más datos que mejillones una roca marina. Ahí están, en forma de racimos invisibles que nos identifican con determinados hábitos de compra, con tales preferencias gastronómicas, o con inclinaciones sexuales del montón.

Entras en Google para buscar un restaurante japonés cercano a tu domicilio, y acabas de crear un dato. Un dato que necesita protección para evitar que durante las siguientes semanas te bombardeen con ofertas de sushi. A Max Schrems, un joven abogado austriaco, se le ocurrió un día reclamar a Facebook el registro de los datos que la red social almacenaba sobre él, y le enviaron 1.200 páginas. El bueno de Schrems, con tan solo 28 años de edad, había producido sobre sí mismo más datos, que una población mediana del siglo XIX en toda su historia. Entre la información que recibió figuraba, por poner un ejemplo, las veces que había pinchado el icono de «me gusta». Tú estás leyendo sin meterte con nadie un artículo de prensa, le das a la manita que tiene el pulgar hacia arriba, y acabas de enviar un mensaje a un coleccionista de datos. Los coleccionistas de datos, como los filatélicos, acaban vendiendo el álbum. A veces se forran.

Significa que o bien conviene proteger los datos o bien no crearlos, aunque esto último resulta imposible en nuestros días. Exudamos datos como producimos jugos gástricos. Se trata de un movimiento involuntario, como el pestañear. Pero cuando nosotros vamos, los ladrones de datos están de vuelta. De hecho, lo que más les interesa ahora son los metadatos, de los que hablaremos en otra ocasión.

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