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Matías Vallés

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Matías Vallés

El tercer ojo

La Academia sueca está más politizada que la Fifa, sin patrocinio de Coca-Cola. Al premiar los reportajes tupidos de Svetlana Aleksiévich, el Nobel se zambulle en la política. El memento a la crueldad de la Unión Soviética imperial restaurada por Putin, entronca con las portadas del día. Para quienes insistan en que se trata de literatura, también lo sentimos, pero es periodismo. Con la minuciosidad de orfebre que el alma eslava contagia a los intrusos, léase a David Remnick en La tumba de Lenin o a Emmanuel Carrère en Limonov. Beben del manantial inagotable de Solzhenytsin. El horror ha de ser descrito detallando cada pliegue de piel torturada, cada día de gulag. Los reportajes a ras de tierra de Aleksiévich adjuntan una condensación poética que no agrada a todos los paladares. En el terreno de la disidencia informada eslava, me quedo con la Masha Gessen que nunca obtendrá el Nobel, pero que aplica una prosa quirúrgica a Putin y a las Pussy Riot. El premio saluda al trigésimo aniversario de Chernóbil, que se cumple en abril y que ha ocupado a Aleksiévich. Un Nobel minoritario a la calígrafa de un desastre nuclear. Aleksiévich esgrime la paradoja de que se fije la atención en la central ucraniana, cuando Bielorrusia es el país más irradiado. La espada de Damocles coloca a la sociedad en alerta. En expresión de la premiada, el «tercer ojo» avizor incorporado a la anatomía de sus conciudadanos. La URSS envenenó a Bielorrusia, la síntesis de Aleksiévich. La autora combina el testimonio de las esposas de los bomberos que «se fueron allá tal como iban, en camisa» con la exigencia de una interpretación cultural que recuerde que el derretimiento de la central anuló el concepto de distancia. Acabemos con la más cruel de las contradicciones. Sin Chernóbil, ayer Murakami hubiera ganado el Nobel.

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