Aquellos que caminan con un pie sobre la literatura y otro sobre el periodismo corren muchos riesgos. La línea que separa la realidad de la ficción, el testimonio de la fábula, la crónica del relato literario es tan delgada que, muchas veces, el camino se confunde y acabamos pisando el lado equivocado. Lo mejor del caso es que hay autores que aprovechan ese aparente «peligro» para engendrar un género de resultados contundentes: la novela de no ficción, la ficción periodística o el relato testimonio.

El siglo XX está cuajado de periodistas que dignificaron su profesión elevándola a la cima de la literatura (el periodismo hecho arte) y de novelistas que emplearon las armas del reportaje hasta rozar la locura, dejándose la piel en un relato preciso, claro y terriblemente ajustado a la realidad. Con mis alumnos de 4º de Periodismo hablo cada nuevo curso de ellos y de ellas: Gay Talese, Josep Pla, John Hersey, Michael Herr, George Orwell, Rodolfo Walsh, Tomás Eloy Martínez, Oriana Fallaci, Anna Politkovskaya, Ryszard Kapu?ci?ski? Cada uno, desde su mirada, ha golpeado y despertado la conciencia del mundo. Libros como Unto the Sons, El quadern gris, Hiroshima, Despachos de Guerra, 1984, Operación masacre, Entrevistas con la historia, Una reportera rusa en Chechenia o Ébano han cogido al lector por el mismo cuello y lo han metido en el cenagoso territorio de la realidad nunca contada, lo han convertido en testigo de lo invisible, han dado voz a los que nunca se escucharon.

Podríamos decir que animales de la comunicación y del compromiso como la Fallaci o Kapu?ci?ski resultaban ya irrepetibles. Este último, sin ir más lejos, fue testigo y magistral narrador, entre otros hechos, de la descolonización e independencia del Tercer Mundo, del golpe de estado en Chile, de la descomposición de la Unión Soviética o de la caída del Sha de Persia. Presenció 27 revoluciones, acudió a 12 frentes de guerra y fue condenado a ser fusilado en cuatro ocasiones. Escribía desde la primera línea de fuego, desde el lado más vivo y oscuro de la vida, desde la honestidad, el riesgo, la audacia, la curiosidad?

Todo eso lo sabíamos. Pero la sorpresa llegó ayer cuando la autora bielorrusa Svetlana Alexievich, de 67 años, ganaba el Premio Nobel de Literatura 2015, probablemente, en nombre de todos los periodistas y escritores antes citados. Las palabras que el jurado dedicó a su obra hablaban de una «escritura polifónica, de un monumento al sufrimiento y al coraje de nuestro tiempo». Los telediarios insistían en que sus libros acogían las historias y sentimientos de la gente real, y ayudaban a entender la desolación colectiva. Y para ello, Svetlana tuvo que buscar un género (técnica del montaje documental) en el que las voces hablaran por sí mismas, ya fuera sobre la guerra afgano-soviética narrada por los propios soldados y sus madres, sobre el accidente de la central nuclear de Chernóbil o sobre las mujeres rusas que participaron en la II Guerra Mundial. Desde su primer libro, La guerra no tiene rostro de mujer, (1983), hasta el último, El tiempo de segunda mano. El final del hombre rojo (2014), se podría decir que la obra de Alexievich es la gran crónica de la época soviética narrada a través de destinos individuales y de tragedias concretas.

No era nada fácil retratar en lengua rusa la realidad y el drama de un pueblo y de una época. Tampoco lo es caminar con un pie sobre la literatura y otro sobre el periodismo sin jugársela, sin correr el riesgo de pisar, en plena andadura, la mina del éxito y salir disparado hacia la gloria del Premio Nobel. Ayer le ocurrió a una mujer llamada Svetlana Alexievich, pero en realidad le sucedió a todos los grandes periodistas que hicieron y hacen de su oficio una labor de alto riesgo y una tarea de verdadera dignidad.