Este diario informaba acerca de una carta de amor a su novio firmada por la escritora Isabelle Teissier, donde explica su deseo de estar con él pero de seguir soltera. No me extraña que su carta se haya hecho viral. Ella quiere dejar a su novio libertad para salir con sus amigos, volver cuando quiera. Y que cada uno siga en su piso. Cada uno con la llave del piso del otro, pero cada mochuelo a su olivo. Y luego, cuando despiertes, me llamas, churri, y el horno de mi pasión se pondrá a mil grados. Te espero.

El matrimonio para siempre está chungo. El irse a vivir juntos, tampoco es lo que era. Te da más libertad. Nada de hipotecas. Alquiler y punto. Y si la cosa se pone fastidiada con jota, cada uno por su lado. Aunque, claro, casi siempre hay uno que deja al otro, y te quedas fatal. Y si hay hijos, marrón. Aunque está la custodia compartida. Así, la semana que no te tocan los niños, descansas y te lo montas en grande. Menos da una piedra. Pero sigue siendo un marrón, porque por lo que oyes a los abogados, los niños se quedan destrozados y los ex hechos polvo. Pues eso. Solteritos, sin hijos, y cada uno en su choza. Y los fines de semana a casa de la casi-suegra (le toca a tu madre, amor), a comer por la face, para estar juntitos la post-resaca. Y ya puestos, nos llevamos la comida de la semana en tuppers separados. El paraíso.

Pero ese tejer y destejer la relación, sin futuro, a ver lo que pasa mañana es agotador. No se puede mantener la tensión siempre. Que luego la vida, va en serio, como dijo el gran poeta Gil de Biedma. Por eso, hay muchos que siguen empeñados en mantener su tienda, en el mismo sitio. Entregar su horario, su trabajo, sus gustos, y a veces su salud a la chica de ayer a la que dijeron que sí. Y tras muchos años, se aprende a convivir. Pero siempre queda trecho, y vienen curvas antes o después, que sólo sortean los amantes expertos.

Hay parejas que llevan muchos años, y que, ¡oh milagro! se llevan bien. Porque se lo curran. Porque saben que son fuertes cuando saben aceptar con normalidad donde las fragilidades rutinarias del otro. Qué te creías que era esto, ¿una peli de Hollywood? Al final aprendes, que aquella chica con este cuerpo y no otro, con ese cuerpo tan frágil que envejece, es mi roca. Ella no se asusta ya de tantas cosas, de tantos agujeros que tengo, que tiene. Ella sabe, yo sé, que sólo somos fuertes, tozudos en una cosa: en el tú y yo. Y cuando la vida, la dura vida, ha golpeado una y otra vez en el yunque de nuestro frágil «sí», ya no hay fuego, ni alma, ni eternidad que nos quite la determinada determinación, de estar aquí los dos. Contigo estaré siempre. Intuimos que no merecemos esa determinación, porque alrededor todo se desgaja. Sabemos que esa tozudez hecha a base de golpes, es algo que nos llega de más allá, de afuera de todo esto. Ojalá logres alcanzarlo mientras caminas, Isabelle. Al final lo único importante es aquel frágil «sí» que construyó lo único que importa, nuestro tú y yo. Regalo inmerecido, que cuesta una vida valorar.