Fue un ruido áspero, un golpe certero, craneal, vertical, un eco que se expandió por su cuerpo y lo echó de bruces al suelo. El tiempo frenó entonces su ritmo; Miguel cayó desmadejado y un grito que atravesó el aire salió de alguna garganta que no era la suya. La soledad se apoderó de la plaza y el latido de la ciudad entera se ralentizó al compás de su respiración ruidosa y desesperada.

Sobre la pared quedaron bien sujetos los carteles húmedos: 9 d'Octubre, Día Nacional del País Valencià escrito sobre un fondo amarillo y cuatro franjas rojas. El mismo rojo vivo que salpicaba la fachada y se expandía desde el cuerpo de Miguel a su entorno, que nos teñía las manos a sus compañeros y que calentaba la noche resquebrajada.

Miguel murió en Alicante, el 16 de octubre de 1977, después de diez días en coma, tras el atentado contra su vida, ocurrido mientras pegaba carteles que convocaban a la primera Diada Nacional del País Valencià. Su muerte convocó una multitudinaria manifestación de duelo en la que participaron miles de personas; fue la movilización más importante habida en la ciudad, después de la muerte de Franco hasta esa fecha. Al Tall convirtió su historia en canción y con su música el dolor se convirtió en relato por todo el territorio valenciano.

Desde entonces, el nombre de Miguel ha estado ligado a la lucha por los derechos nacionales y una vaga memoria de lo ocurrido se ha mezclado con el deseo de olvidar de unos, la interesada desmemoria de otros. En el centro del debate, la violencia política, el sentido de la Transición, la lucha por las libertades y el autogobierno y el frenazo a una sociedad que construyó una democracia con la herencia del franquismo pisándole los talones.

¿Cuál fue el contexto político del atentado que le costó la vida? ¿Cómo respondió la sociedad alicantina y valenciana ante su muerte? ¿Quién era Miguel Grau? ¿Cuál fue el sentido de su muerte? ¿Cuál su valor simbólico? ¿Por qué hemos esperado hasta 38 años para reconocer institucionalmente el sacrificio de su vida en la lucha por las libertades? Miguel era un joven demócrata, un joven soldado de permiso, un estudiante de empresariales, un dependiente de comercio, el mayor de cuatro hermanos de una familia humilde que llegó a Alicante desde Rafal a mejorar su vida como tantos otros miles de emigrantes de aquellos años. Miguel se sumó a nuestro grupo a pegar carteles aquella noche convocando a la primera manifestación legal por los derechos autonómicos. Su primera y su última pegada de carteles. Su vida por un gesto en libertad.

La llamada Transición política española dista mucho de ser un ejemplo pacífico de cambio democrático. Con la perspectiva de casi cuatro décadas, queda cada vez más claro que aquello distó mucho de ser un profundo cambio democrático.

Desde la muerte del dictador al golpe militar del 23 de febrero de 1981 se produjo en España un trasformación institucional, que generó un marco de libertades, sí, pero que dejó prácticamente intacto buena parte del aparato estatal que había dado cobertura al régimen franquista y que cubrió de silencio la violencia de la dictadura y de sus defensores tras la muerte del dictador. Muchos de quienes defendieron entonces la Transición a capa y espada desde la izquierda, se lamentan ahora de las limitaciones que aceptaron en los diferentes pactos que entonces se establecieron con el poder franquista y con los partidos formados por dirigentes de sus instituciones. La ruptura con el franquismo quedó pendiente y se cobró un precio en vidas y en libertades.

Durante los años que siguieron a la muerte de Franco, en 1975, cientos de luchadores de izquierdas perdieron la vida en la calle, víctimas de disparos, en ocasiones al aire, de guardias civiles, de policías, de militantes de extrema derecha que entonces llamaban incontrolados. Murieron estudiantes, como Yolanda González, abogados, como los cinco de Atocha, trabajadores como Teófilo del Valle, en una huelga del Movimiento Asambleario del calzado, en Elda, murió también Miguel Grau; su agresor Miguel Ángel Panadero Sandoval, militante de Fuerza Nueva, organización de extrema derecha, acabó procesado y condenado tras el proceso y la acción popular que se emprendió contra él, que apoyaron numerosas personas y organizaciones populares. El joven Panadero Sandoval cumplió solo una parte de su pena porque el gobierno de la UCD le aplicó un indulto con el que en 1982 ya estaba en libertad.

Por fin, el Ayuntamiento de Alicante toma la decisión de recordar la historia. Nuestras instituciones tenían una deuda con nuestra propia memoria. Una deuda con la memoria histórica de nuestra propia lucha por la democracia que ahora comienza a saldarse cuando los hermanos de Miguel reciban la medalla de oro de la ciudad. Quienes desde tiempos de la Dictadura, y aun después, luchamos en defensa de la libertad, sabemos el inmenso valor que ese reconocimiento significa para nuestra sociedad, para nuestras familias, para nuestro pasado y para nuestro presente huérfano de tantos nombres. Alacant comienza hoy una nueva andadura. El grito sordo que inundó la ciudad aquel 6 de octubre y que llenó de lágrimas la ciudad 10 días después, cuando murió, llega por fin hasta el presente.

Un nuevo 9 de octubre se presenta, una nueva Transición se abre ante nosotros. Esta vez, sí podremos nombrar a nuestros muertos y colocarlos en el lugar que les corresponde entre los vivos. Gracias, Miguel, por entregarlo todo. Gracias al gobierno municipal por el reconocimiento. La dictadura duró cuarenta años y otros cuarenta esta democracia que ahora muestra a las claras sus debilidades. Hoy tal vez Miguel estaría convocando de nuevo a la gente a defender nuestros derechos y libertades. El odio se interpuso entonces. Pero es el amor y la certeza de que la vida puede ser mejor para todos quien lo trae al presente.