Querida Ana, parece que nos has dejado para ir a otros escenarios. Hace solo unas horas estábamos hablando por teléfono. Me llamaste para agradecer el homenaje que este año va a realizar a toda tu trayectoria. Te escuchaba y me sentía feliz de oír tu ánimo y tu alegría por estar con nosotros en Alicante. Lo planificábamos todo. Cuando llegarías, en qué medio de trasporte, los diferentes actos que realizarías. Recordamos momentos en que compartimos experiencias, como un magnífico seminario que dirigiste en los Cursos de la Complutense en un verano caluroso. También la complicidad que nos demostraste con los inicios, no siempre fáciles, de la Muestra de Autores de Alicante. Tú eras entonces presidenta de la SGAE y como siempre has hecho, de un modo discreto y elegante, sin estridencias, lograste que la Junta Directiva encontrara sentido a este proyecto de proyección de nuestra dramaturgia viva.

En esta última conversación, qué desastre, me hablaste con ironía de cómo algunos autores de tu generación nunca te tuvieron en cuenta. Reflexionamos que eran otros tiempos y que tú fuiste una pionera. En aquellos tiempos de predemocracia se veía bien el trabajo de las actrices, cosa que tú también eras, pero no tanto el de autoras y directoras. Luego triunfaste como guionista de televisión y fuiste la primera mujer que llegaba a la Presidencia de la SGAE. ¡Demasiado para algunos! Claro que hoy todos te lanzarán loas, pero amiga, así es nuestra profesión, para lo bueno y para lo malo.

Escribo esto porque, hace poco, una llamada amiga me ha dicho que ya no estás con nosotros y me siento muy mal. Por mucho que nos digan eso tan socorrido de «es ley de vida», solo me parece una frase patética. Mera retórica común y, sin duda, para una autora teatral, nada peor que unas frases hechas, unos diálogos predecibles o unos retóricos parlamentos...

En las veces que tuve el placer de charlar contigo siempre me pareciste que eras una gran persona. Escuchabas, reflexionabas y nunca encontré estridencias en tus opiniones. Una vez te invité a un encuentro con autores argentinos, allá donde tú naciste, y poco antes de la partida me llamaste para decirme que te sería imposible acudir. Lo sentí porque allí te esperaban con gran devoción. Tu serie de televisión triunfaba en Argentina y querían ver a esa creadora que había nacido en la ciudad porteña, justamente en el seno de una familia de gran tradición teatral. No en vano tu madrina fue la gran Margarita Xirgú, y parece que desde los cinco años ya pisabas los escenarios.

Nunca se es viejo para morir y menos en esta época. Estoy seguro que por tu cabeza bullían nuevos proyectos de todo tipo. Afortunadamente tu legado está ahí y se puede reconocer. Hiciste de todo en el teatro, pero también escribiste novelas, por no hablar de tu trabajo de gestión al frente de la SGAE. Cuando ahora pienso en la cantidad de mujeres que de una manera más normalizada que en tu época se dedican a todas estas tareas no puedo dejar de pensar que fuiste una persona con el suficiente temple como para enfrentarte a lo establecido y, así, superar los prejuicios de toda una época.

Escribiré más sobre tu legado, pero ahora estoy demasiado triste y seguro que la emoción me puede hacer caer en lugares comunes. Nada desearía más que no fuera así, porque aun con el dolor veo tu imagen cercana y algo que siempre me sedujo enormemente: tu sonrisa. Una mezcla entre picardía, ironía y ternura. Quizás por eso tus textos teatrales nunca fueron agresivos, deconstruidos o sin vocación de ser entendidos. No engañabas a nadie. Esa era tu personalidad y a ella querías entregarte con sinceridad y sin simulaciones.

En noviembre vamos a hacerte el homenaje que siempre deseé que tuvieras y que por falta de un espectáculo en el mercado no pudimos hacerte antes en la Muestra de Autores de Alicante. Ese homenaje será compartido por todo el Patronato de la Muestra que se mostró orgulloso al saber que este año abrirías oficialmente la Muestra. Y, así, en el Ayuntamiento en que se recordará tu trayectoria y luego, en ese lugar que pienso sería de tus preferidos, las tablas del Teatro Principal, se oirá tu voz a través de las actrices que interpretarán los personajes que soñaste y luego tú misma pusiste en escena. Tus palabras, tus ficciones, tu poética seguirán ahí, en los libros o en los archivos televisivos, como pasa siempre con los artistas que dejan huella. Nunca desaparecen, su memoria queda presente, no solo en los momentos recientes, sino en la memoria que se construye para el futuro.