Se trata de un trastorno que afecta al 4% de la población y caracteriza a las personas que guardan una gran cantidad de objetos, en apariencia inútiles, llenando las estancias de su vivienda de forma que las actividades cotidianas se dificultan. El motivo que alegan para ello es que dichos enseres quizá algún día les sean necesarios.

A diferencia de aquellos quienes padecen Síndrome de Diógenes, que acostumbran a ser personas de edad avanzada, descuidadas con su propio aseo personal, y que acumulan directamente basura y desperdicios domésticos, los sujetos que presentan Síndrome de Acumulación Compulsiva amontonan objetos comunes, como papel (por ejemplo periódicos), libros, ropa, y recipientes (cajas, bolsas de papel y de plástico), su edad abarca desde la adolescencia hasta la etapa adulta, frecuentemente viven solos, y mantienen fuertes lazos afectivos con estos objetos.

También encontramos diferencias con el clásico coleccionista, pues este se enorgullece de mostrar sus colecciones y mantiene un riguroso orden; mientras que las personas que nos ocupan, suelen conservar las posesiones desordenadas y rara vez las muestran. En este desorden se extravían a menudo otros objetos importantes como dinero o facturas. Además, pese a que se definen a sí mismas como ahorrativas, lo cierto es que las investigaciones apuntan más bien a que el origen de este comportamiento insano se halla en importantes pérdidas afectivas, como la muerte de un familiar cercano.

Pero el problema no se soluciona únicamente tirando todas esas pertenencias innecesarias, puesto que la acumulación podría reaparecer en cualquier momento. Se trataría, más bien, de comprender la causa del mismo. Para ello, pensemos, en primer lugar, que se trata de una relación afectiva con los objetos, a los cuales se les asignan unas atribuciones específicas. No sólo acerca de la utilidad futura de los mismos, sino de lo que representan. El valor simbólico de los objetos resulta crucial en este caso. Para comprenderlo, veamos el caso de Diego, que vivía sólo desde hacía años y conservaba cajas de huevos vacías porque había visto que algunos jóvenes de su edad las utilizaban para forrar las paredes y construir así domésticos estudios de grabación de música. Él verbalizaba que guardaba las cajas por si algún día se encontraba con amigos que quisieran construir un estudio de grabación casero. Sin embargo, lo que realmente quería no era guardar las cajas, sino tener amigos que lo reconocieran.