Ayer enterramos a mi tío Antonio. Un hombre con muchos amigos y que supo disfrutar de la vida, simpático, gracioso, entrañable, de esas personas que saben vivir el momento presente, abierto, campechano y tratable, siempre con una sonrisa en los labios.

Toda la familia nos reunimos, desde distintos lugares, y así hermanos, tíos, primos, sobrinos y muchos amigos, desde París o Barcelona, hasta El Realengo de Crevillente, Almoradí y Alicante, de nuevo juntos y viendo el inevitable paso del tiempo sin hallar ocasiones para encontrarnos, salvo bodas, bautizos y funerales. Y como siempre, la misma ilusionada propuesta de organizar familiares reuniones que por tan variadas circunstancias luego devienen tan difícil de cumplir. Y en todos, el recuerdo de un hombre, como decía Antonio Machado, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Me llamaba la atención la mezcla de emociones tan diferentes y a la vez tan complementarias que allí se daban. Por un lado la tristeza de haber perdido a un ser querido y, por otro, la alegría del encuentro familiar. Hermanos que hacía mucho tiempo que no se encontraban, primos que no se veían desde pequeños y ahora aparecían con su pareja o su bebé. Variada combinación de emociones, naturales, genuinas, auténticas, espontáneas.

Y reflexionaba sobre la rigidez, en ocasiones, de las emociones y también sobre los prejuicios que nos limitan y condicionan, y es que tener que responder, de un modo inflexible, con un determinado sentimiento ante una cierta situación, puede ser inconveniente, cuando solo con dejar fluir los sentimientos, con sencillez y franqueza, se sitúan de forma natural donde tienen que estar, y es curioso y consecuente cómo se acompasan con las emociones que las rodean las situaciones que se producen .

De modo que ayer fue un día triste, pero también alegre. ¿Por qué no?

Me cuentan que acabaron todos los familiares comiendo juntos, y que se escuchaban risas, y se hablaba de recuerdos y anécdotas, y del tío Antonio, y de su vida y de las cosas que hizo, y de momentos, instantes, y recuerdos.

Y me cuentan, y me lo creo, que al tío Antonio, le hubiera gustado tanto estar allí. Que a lo mejor, me digo, también estaba. O así, al menos, me lo pareció a mí.