A estas alturas tenemos la sensación de que las elecciones catalanas, lejos de clarificar el panorama político autonómico y delimitar el camino que tendrá el independentismo, han añadido mayor turbidez e inestabilidad en Cataluña. Todas las opciones siguen abiertas porque todas las fuerzas políticas están en una cierta situación de precariedad que les impide imponer sus postulados. Más que nunca se necesita algo fundamental como es la capacidad de diálogo y acuerdo, pero tan escaso que nos ha llevado a esta especie de callejón sin salida al que no vemos un final claro.

Por el contrario, se está produciendo un fenómeno paradójico en la medida en que los resultados electorales en Cataluña están teniendo un mayor impacto a nivel nacional, hasta el punto que pueden condicionar los resultados de las próximas elecciones generales y las posibles alianzas políticas que puedan establecerse. Estos comicios catalanes han sido mucho más clarificadores para España que para Cataluña, tanto en los partidos políticos que van a concurrir en las próximas elecciones generales como para los candidatos que se disputarán la Presidencia del Gobierno.

La estrepitosa derrota que ha sufrido el Partido Popular en Cataluña a pocos meses de las elecciones de diciembre, tras su notable pérdida de poder autonómico y local en las pasadas elecciones de mayo y el fracaso que sufrió en Andalucía en marzo de este mismo año, certifican con claridad la profunda desafección que atraviesa este partido, y lo que es más importante, su pérdida de poder local y autonómico en importantes territorios. El PP se muestra como un boxeador noqueado que no para de encajar golpes y caer al suelo sin ser capaz de percibir el lamentable estado en el que se encuentra. Las explicaciones dadas por la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, ante los resultados obtenidos por su partido el 27-S afirmando que «Cataluña es plural» y que «los catalanes quieren que se gobierne para ellos» demuestran hasta qué punto los populares están sumergidos en una gigantesca banalidad que les hace ser incapaces, no ya de tener la mínima autocrítica, sino siquiera de percibir lo que sucede a su alrededor. De hecho, si para algo ha servido la campaña electoral catalana ha sido para demostrar las enormes limitaciones e incapacidades de Mariano Rajoy, que si nada lo impide, será su candidato a presidente del Gobierno, quien por mérito propio se ha hecho merecedor de mofas y críticas ante sus continuos desvaríos. Pero también deja al descubierto la incapacidad del PP para ofrecer diálogo y generar consensos ante los problemas políticos que surgen. La propia elección del candidato del PP a la Presidencia de la Generalitat catalana, Xavier García Albiol, era una declaración de guerra a los valores mayoritarios de la sociedad catalana, con un perfil más propio de un hooligan que de un estadista.

Ciudadanos ha obtenido un notable avance que coloca con claridad a este partido como competidor electoral del PP y a su candidato, Albert Rivera, como el recambio para liderar una derecha liberal rejuvenecida. En la medida en que los poderes institucionales y económicos quieran retirar su apoyo al PP y dárselo a esta opción política, Ciudadanos podrá sustituir a los populares y competir por la presidencia del Gobierno, cuyo acceso dependerá de las alianzas que puedan establecerse tras las próximas elecciones generales. Seguramente esta formación tendrá que decidir si pactar con un PP moribundo y corroído por la corrupción o negociar con el PSOE, lo que sin duda tendrá importantes consecuencias a posteriori a nivel local y autonómico.

Una mención especial exige el notable fracaso que ha sufrido Pablo Iglesias en Cataluña, quien ha personificado a Sí que es Pot, pese a la presencia de Iniciativa. Hasta el momento, un partido que se presentaba como revulsivo de los poderes políticos y paladín de la regeneración en los partidos tradicionales no ha sido capaz de ofrecer una propuesta política diferenciada de esa supuesta «casta» a la que tanto criticaba. El acusado personalismo de Pablo Iglesias en Podemos y una organización próxima a un leninismo universitario, esa calculada indefinición ideológica mediante apelaciones confusas a «ocupar el centro del tablero político», su acelerado proceso de institucionalización al margen de esa supuesta horizontalidad en manos de unos círculos que pintan más bien poco, junto al hecho de que en poco tiempo Podemos se ha convertido en un partido político tradicional, está desinflando con rapidez las expectativas electorales que tenía. Que Juan Carlos Monedero pida ahora «hablar más con las bases» como respuesta a sus malos resultados en Cataluña demuestra hasta qué punto se han convertido en un partido político envejecido en el que algunos de sus dirigentes locales han actuado usando los mismos procedimientos rechazables que pretendían desterrar, como se ha demostrado en esta misma ciudad. Todo ello está replanteando posibles alianzas electorales de otras fuerzas políticas con Podemos que pueden preferir concurrir en solitario sin temor a estrellarse, como Compromís.

Mientras tanto, el PSOE tiene que identificar claramente su ADN político y las fronteras de sus posibles alianzas electorales si de verdad quiere ser una alternativa con opciones reales de llegar a la Moncloa.

@carlosgomezgil